10.15178/va.2019.146.21-41
INVESTIGACIÓN

INTERNET Y POSTMODERNIDAD: UN SOPORTE DE COMUNICACIÓN TAN NECESARIO COMO IRREVERENTE EN LA ACTUALIDAD. NECESIDADES PEDAGÓGICAS

Internet and Posmodernity: a communication support as necessary as irreverent nowadays. Pedagogical needs

INTERNET E POSTMODERNIDADE: UM SUPORTE DE COMUNICAÇÃO TÃO NECESSÁRIA COMO IRREVERENTE NA ATUALIDADE. NECESSIDADES PEDAGÓGICAS

José Hernández-Rubio1 Doctor en Humanidades por la Universidad Carlos III (Madrid). Máster en Historia y Estética de la Cinematografía (Universidad de Valladolid). Profesor externo en la Universidad del Mar (Universidad de Murcia).

1Universidad de Murcia. España.

RESUMEN
Una herramienta de comunicación como Internet ha supuesto una revolución descomunal en nuestro mundo globalizado. Sólo en unas décadas, la “Red de redes” se ha erigido en protagonista absoluto en el ámbito de las interrelaciones virtuales. Y dicha tecnología, que facilita el acceso e intercambio de información a millones de personas, se ha fraguado en nuestro contexto sociocultural de la Postmodernidad. El resultado es una concepción infinita de perspectivas a nivel comunicativo. La realidad queda frecuentemente a merced de esas subjetividades, capaces de influir en amplios colectivos humanos según ciertos intereses. Por tanto, junto a la constatación de la eficacia y necesidad de Internet, este trabajo pretende analizar el porqué de la validez de dichas verdades múltiples, que han superado los principios objetivables de la Modernidad (según el supuesto progreso de la Razón). Al respecto, resulta fundamental examinar fenómenos como la post-verdad o el uso malintencionado de las redes sociales, que distorsionan la autenticidad de situaciones sociales y políticas de gran calado. Para ello, ha sido de gran estima extraer nociones esenciales de otras publicaciones, escritas o virtuales, que lo abordan con rigor. Igualmente, de gran utilidad es analizar determinadas informaciones en la Red, que obedecen a la irreverencia de unos intereses prefijados. La conclusión deriva en una reflexión necesaria sobre las alternativas de opinión que coinciden con el individualismo que emana la Posmodernidad, con Internet como aliado. De primer orden es la urgencia de seguir apostando por una educación a todos los niveles sobre un fenómeno ilimitado.

PALABRAS CLAVE: Postmodernidad, Internet, subjetividad, irreverencia, necesidad, posverdad intereses, comunicación, educación.

ABSTRACT
A communication tool like the Internet has been a huge revolution in our globalized world. Only in a few decades, the “Network of networks” has become the absolute protagonist in the field of virtual interrelations. And this technology, which facilitates the access and exchange of information to millions of people, has been forged in our socio-cultural context of Postmodernity. The result is an infinite conception of perspectives at the communicative level. Reality is frequently at the mercy of those subjectivities, capable of influencing large human groups according to certain interests. Therefore, together with the verification of the effectiveness and need of the Internet, this work aims to analyze the reason for the validity of these multiple truths, which have overcome the objective principles of Modernity (according to the supposed progress of Reason). In this regard, it is essential to examine phenomena such as the post-truth or the malicious use of social networks, which distort the authenticity of social and political situations of great significance. For this, it has been highly esteemed to extract essential notions of other publications, written or virtual, that address it with rigor. Likewise, it is very useful to analyze certain information on the Internet, which is due to the irreverence of pre-established interests. The conclusion derives from a necessary reflection on the alternatives of opinion that coincide with the individualism emanating from Postmodernism, with the Internet as an ally. Of the first order is the urgency of continuing to bet on education at all levels on an unlimited phenomenon.

KEY WORDS: Postmodernity, Internet, subjectivity, irreverence, need, post truth, interests, communication, education.

RESUME
Uma ferramenta de comunicação como Internet supôs uma revolução descomunal em nosso mundo globalizado. Somente em umas décadas, a “Rede de Redes” foi erigida como protagonista absoluta no âmbito das inter-relações virtuais. E tal tecnologia, que facilita o acesso e intercambio de informação a milhões de pessoas, foi criado em nosso contexto sociocultural da Pós Modernidade. O resultado é uma concepção infinita de perspectivas a nível comunicativo. A realidade fica frequentemente a mercê de essas subjetividades, capazes de influir em amplos coletivos humanos segundo certos interesses. Portanto, junto a constatação da eficácia e necessidade da Internet, este trabalho pretende analisar o porquê da validez dessas verdades múltiplas que superaram os princípios objetivais da Modernidade (segundo o suposto progresso do jornal La Razón). A esse respeito, resulta fundamental examinar fenômenos como a post verdade ou o uso mal-intencionado das redes sociais, que distorcem a autenticidade de situações sociais e políticas de grande importância. Para isso foi de grande utilidade extrair noções essenciais de outras publicações, escritas ou virtuais, que o abordam com rigor. Igualmente, de grande utilidade é analisar determinadas informações nas redes sociais, que obedecem a irreverencia de interesses pré-fixados. A conclusão deriva em uma reflexão necessária sobre as alternativas de opinião que coincidem com o individualismo que emana a Pós-modernidade, com Internet como aliado e com urgência seguir apostando por uma educação a todos os níveis sobre um fenômeno ilimitado.

PALAVRAS CHAVE: Pós-modernidade, Internet, subjetividade, irreverencia, necessidade, pós verdade, interesses, comunicação, educação.

Correspondencia: José Hernández Rubio. Universidad de Murcia. España.
hernarubio@hotmail.com

Recibido: 11/12/2017
Aceptado: 11/10/2018

Como citar el artículo
Hernández Rubio, J. (2019). Internet y Posmodernidad: un soporte de comunicación tan necesario como irreverente en la actualidad. Necesidades pedagógicas. [Internet and Postmodernity: a communication support as necessary as irreverent at present time. Pedagogical needs]. Vivat Academia. Revista de Comunicación, 146, 21-41. http://doi.org/10.15178/va.2019.146.21-41 Recuperado de http://www.vivatacademia.net/index.php/vivat/article/view/1111

1. INTRODUCCIÓN

Resulta un hecho incontestable la necesidad de Internet para el uso de infinidad de actividades de todo tipo. Hoy en día asumimos la comunicación e información obtenidas por la Red como algo natural, intrínsecamente ligado a nuestras vidas, para desempeñar nuestro trabajo académico, empresarial, administrativo, etc. o de simple consulta particular. En este sentido, basado en la investigación tecnológica que proliferaba a mediados de los años setenta sobre los avances de la comunicación, donde el bit se constituía en unida de información, el filósofo y sociólogo Jean François Lyotard ya preconizaba: “Es razonable pensar que la multiplicación de las máquinas de información afectará a la circulación de los conocimientos de sonidos e imágenes, y la orientación de las nuevas investigaciones se subordinará a la traducibilidad de los resultados a un lenguaje de máquina” (Lyotard, 1989, p. 15). Así mismo, somos conscientes de que también se trata de un método de tecnología no exento de malos usos en pro de ciertos intereses. En más de una ocasión hemos escuchado o leído que “con Internet no se pueden poner puertas al campo”, por tanto, el riesgo de tales prácticas resulta casi imposible de detener. En definitiva, como tejido que interactúa con el conjunto de la sociedad, Internet es mucho más que una tecnología, es un medio de comunicación esencial que puede generar toda clase de mitologías y de actitudes exageradas (Castells, 2006).
Por otro lado, en un momento histórico como la Postmodernidad, tan controvertido y trascendental, se puede integrar a la perfección cualquier posicionamiento personal virtual. Más allá de los múltiples juicios sobre dicho término en el campo de la filosofía, a menudo contradictorios, donde sí que parece haber unanimidad es en calificar la actitud del hombre postmoderno de eminentemente individualista. Ya desde las nuevas formas de pensamiento que rompieron con los límites tradicionales de la modernidad, con Marx como gran baluarte en el siglo XIX, se valoró una psicología antiesencialista sometida a una ontología de las infinitas prácticas humanas diferenciadas; y todo, a pesar de que el mismo filósofo mantuviera elementos esencialistas en su concepción de la historia. De alguna manera, se estaba anticipando preceptos que compartieron pensadores del siglo posterior en la corriente postestructuralista francesa (que hegemonizarían unas teorías sobre la posmodernidad en diversos campos) como Michel Foucault o Jean-François Lyotard, por otra parte pensadores considerados ya clásicos sobre la importancia del elemento subjetivo, con independencia de otros presupuestos intelectuales también primordiales en dicha corriente. En este sentido, González Rey (2007) interpreta a uno de los pensadores más influyentes de la filosofía moderna como Friedrich Nietzsche, comentando que “el filósofo ya enfatizaba una naturaleza humana instintiva, orientada al placer, que está en la base del dogma metafísico del inconsciente de Freud. El placer tomaría una base de universalidad que alimenta una noción de Ser que fijaría sus propias tendencias instintivas” (González Rey, 2007, p. 9).
Con todo, donde también coinciden filósofos y sociólogos acerca de interpretar la Postmodernidad es en el ámbito de crítica hacia una hermenéutica de la Modernidad, donde sobre todo la ciencia no ha dado respuesta a la humanidad contemporánea. El mismo Lyotard denuncia la implantación de sistemas de explicación totalizadores, o “metarrelatos”, rechazando las grandes ideologías que abogaban por verdades absolutas, sobre todo debido a los grandes desastres ocurridos en el siglo XX, y desde la crisis de principios del XXI. E incluso para Gilles Lipovetski (1990), se acabó un mundo donde todo era plenamente identificable en aras de una estabilidad con pies de barro, cuyo resultado ha sido la falta de compromiso con una forma de vida o un ideal que no fuese el propio “yo”.
Por todo ello, resulta perentorio reflexionar sobre una corriente de comportamiento que está rigiendo nuestra sociedad global, paradójicamente cada vez más atomizada desde el particularismo de sus miembros, y superada una Modernidad que buscaba un progreso universal mediante la razón científica. Sin embargo, la Posmodernidad hoy entendida también implica una consecuencia inherente de los adelantos tecnológicos, pese a su primera concepción decimonónica. Por tanto, será esta perspectiva donde conviene fijarse: en lo concerniente a Internet como método de comunicación omnipresente en las relaciones sociales. Se trata de indagar en unas ideas que entroncan con el sentido intelectual y pedagógico que siempre ha emanado de cualquier enfoque de pensamiento, filosófico, sociológico, histórico, etc., comprometido con el devenir de la Humanidad.

2. OBJETIVOS

Sobre tres ejes pivotará este artículo, que se interrelacionan inevitablemente con el fin de extraer unas conclusiones de valor que permitan matizar un acontecimiento tan decisivo como el binomio Posmodernidad-Internet, que condiciona ineludiblemente nuestro mundo comunicativo e informativo, abstracción hecha de aquellas sociedades y territorios que todavía hoy no disponen de tal tecnología, o donde la modernidad no ha sido agotada, o a veces ni siquiera iniciada (Follari, 2006).
Por un lado, se hace prioritario intentar dilucidar de manera lo más precisa posible los conceptos que lo presiden: Postmodernidad e Internet. Por consiguiente, se abordará una aproximación al sentido de la Posmodernidad, desde la exposición de ciertas líneas de pensamiento generalistas, dada su evidente complejidad intelectual de interpretación. Porque en este estudio de investigación, el sentido de la realidad discursiva posmodernista debe determinarse en torno al fenómeno de Internet, de naturaleza más definida como controvertida. Cada uno de estos dos grandes conceptos contiene rasgos cruciales que hay que analizar, siquiera someramente en varios subepígrafes, atendiendo a varias aportaciones de estudiosos preocupados por esa fase histórica en la que nos encontramos.
Por otro lado, como se esbozaba en la Introducción, se intentará aportar algunas nociones sobre la repercusión de Internet en la Postmodernidad, desde el utilitarismo y grandes ventajas que caracteriza a la Red como también desde su praxis perniciosa: falsedad de información, inseguridad en la privacidad, ataque a las instituciones, e incluso la gran irrespetuosidad desde las diversas redes sociales. Para ello, se deben señalar ciertas paradojas acerca de la teórica eficiencia tecnológica en su uso generalizado, que afecta sin remedio a numerosos grupos sociales.
De ahí la tercera cuestión, también apuntada, como otro objetivo a proponer: en este mundo en continua actualización tecnológica, siempre hay que insistir en la necesidad de una alfabetización y educación digital de coherencia ética, pese a la rapidez de los cambios socioculturales.

3. METODOLOGÍA

La relevancia de una herramienta virtual como Internet en nuestra contemporaneidad facilita que existan numerosos estudios sobre sus cometidos, su alcance, su influencia y otros factores importantes. En cambio, más allá de exponer un recorrido histórico sobradamente estudiado desde el origen de la “Red de redes”, donde poco se podría aportar, sí que resultará de gran ayuda examinar alguna de las propuestas de donde obtener su idiosincrasia. Para ello, por citar varios ejemplos, son muy acertadas algunas publicaciones muy reconocidas, como la de Roberto Aparici, Comunicación Educativa en la Sociedad de la Información (2006), donde un grupo de expertos disecciona el sentido de la comunicación virtual desde distintos ángulos. O bien, los recientes artículos monográficos indexados sobre los límites de Internet, como el de Emilia Nicoleta, “Nuevas dimensiones de Internet: ¿fuente de información o propaganda?” (2016), que además analiza el caso concreto de Internet en la guerra de Iraq y el papel de los grupos islamistas en la red. Y el último número de Claves de Razón Práctica de finales de 2017, dirigida por Fernando Savater, también está dedicado de manera monográfica a Internet, con varios artículos muy notables de reputados filósofos y periodistas que desgranan los peligros de esa “jungla virtual”, aportando gran clarividencia.
Además, existen artículos de periódicos impresos que han retratado de manera ejemplar aspectos fundamentales relativos a la realidad de la comunicación virtual en nuestros días. Así, de 2016 y 2017, en El País son muy elocuentes los textos sobre cuestiones como las redes sociales en “Facebook, divinidad invisible” de Vicente Serrano, o “La comunicación a través de las redes sociales” de Patricia Ramírez; o la tergiversación de la información en “Cómo combatir la posverdad” de David Alandete. Y en La Opinión, sirva el artículo de Eduardo Lagar “La libertad en Internet ha muerto” para explicar el informe de Freedom House, una organización internacional que controla la información en red que suministran los gobiernos democráticos.
En cuanto a la interpretación de la Postmodernidad, la intención de este estudio ha sido complementar las aportaciones de reconocidos pensadores en varios manuales de referencia, junto a artículos notables recientes en revistas indexadas u otras en la Red, vinculados a dicho concepto. Así, un libro de enorme validez es La condición postmoderna (1989), del citado Jean-François Lyotard uno de los principales escritores que han sintetizado muy recientemente aspectos sobre la naturaleza postmodernista, con diversas teorías ejemplares con sus influencias inherentes en nuestra contemporaneidad. Por su parte, Gilles Lipovetsky, con el manual ya clásico La era del vacío (1990), comenta extensamente, entre otras cuestiones, la quiebra de confianza en la racionalidad moderna del falso progreso, o el escepticismo y narcisismo que reside en el hombre postmoderno. O bien, con las teorías de un filósofo actual tan seguido como Zygmunt Bauman en su Ética Posmoderna (2006), se ha abordado un tema tan relevante como la responsabilidad moral del hombre de nuestro tiempo, condicionado por una influencia tecnológica sin remedio.
Y para alumbrar también dicho concepto con rigor, son varios los artículos específicamente relacionados, que se han basado en las teorías de aquellos filósofos y sociólogos. Ha sido de gran ayuda los publicados por Roberto Follari, “Revisando el concepto de Postmodernidad” (2006), que repasa nociones fundamentales del postestructuralismo francés, además de sintetizar la situación de la modernidad en Latinoamérica; o bien, “La postmodernidad. Nuevo régimen de verdad, violencia metafísica y fin de los metarrelatos” (2011), donde el profesor Adolfo Vásquez recoge una discusión exhaustiva sobre los fundamentos filosóficos sobre la razón y su nueva contextualización, refrescando postulados de Niezsche como primer crítico de la modernidad. Y especialmente ilustrativo es el artículo de Cristobal Ruiz “La Educación en la sociedad postmoderna: desafíos y oportunidades” (2010), cuyas aportaciones orientan sobremanera cuestiones de primer orden, así como una propuesta pedagógica a tener muy en cuenta. Por último, para comentar las necesidades pedagógicas que afrontan lo tratado en este trabajo, un libro como Sobre Democracia y Educación (2006) de Nom Chomsky ha resultado de enorme valía.
Son varios textos de éstos y otros manuales, capítulos y artículos los que me han servido de metodología básica donde integrar los tres objetivos propuestos. Desde dicha diversidad de perspectivas y aludiendo a casos concretos, se pretende profundizar en una discusión razonada. El fin será intentar proponer unos resultados congruentes y eficaces.

4. DISCUSIÓN

4.1. Críticas a la Modernidad

Qué duda cabe que desde finales del siglo XV se asistió a un cambio histórico de indudable relevancia en nuestra civilización, si bien en según qué territorios y países con sus altibajos cronológicos. El mundo conocido hasta entonces, luego de atravesar una larga Edad Media, comenzó su andadura gracias a nuevos factores culturales para ofrecer a la Humanidad unos parámetros de vida innovadores. La Modernidad se había abierto paso. Y de alguna manera, los descubrimientos científicos y técnicos, los viajes intercontinentales y los cambios sociopolíticos durante los siglos siguientes iban a forjar una segunda gran transformación histórica, con la Revolución Industrial de principios del S. XIX como supuesto soporte de progreso humano.
Con todo, aquellas ideas que se propusieron en base a la Ilustración, como corriente de pensamiento adecuada para el idóneo discurrir de la sociedad y la cultura modernas, pronto se vieron desbordadas e incluso ineficaces. Varios pensadores de gran influencia ya constataron que sólo con la Razón como baluarte de cambio no se podía avanzar apropiadamente. Porque la desigualdad social, la arbitrariedad política y la intolerancia de las religiones bloqueaban el devenir de la civilización moderna. Y junto a estos elementos desestabilizadores, desde una perspectiva más intelectual Karl Marx fue uno de los primeros filósofos críticos que apostó por facilitar unas nuevas formas de pensamiento que rompieran con los límites clásicos del pensamiento moderno basados en la razón, para buscar también nuevas respuestas en la psique humana (González Rey, 2007). Así mismo, décadas más tarde Nietzsche expuso una tesis premonitoria, quizá otro de los orígenes de la posmodernidad, por la cual se estaba produciendo una ruptura de un mundo correcto, naturalizado en un lenguaje atribuido a las cosas. Además, junto a Heidegger realizó una crítica contumaz contra la racionalidad instrumental que había marcado al mundo occidental en los últimos tiempos. En definitiva, ya no servía la razón como forma de convivencia humana donde la arbitrariedad moral de las religiones quedaba en segundo término; ya no era válida la razón para ordenar la actividad científica y técnica y la administración de las cosas; y ya no existía una inquebrantable fe en la razón para descubrir la belleza ideal en el arte, una estética supuestamente equiparable a una ética única de civilización. Con todo, sí que se produjo una evolución en el proceso comunicativo mundial: la tecnología, a través de la modernización de los soportes dio como fruto la interdependencia de la humanidad, motivada por la necesidad de información (Joyanes, 2000).
Sería entonces cuando ante los desastrosos resultados de nuestra historia reciente, amparada en la razón, surgiría una fuerte corriente de escepticismo y desencanto. “Hoy en día se obvia a las grandes ideologías, a los partidos políticos y a los movimientos obreros que en otros momentos movilizaron el mundo. Los fracasos generados por los grandes relatos hacen que ya no existan razones fuertes para ilusionar a la sociedad” (Ruiz, 2010, p. 177). Como nos recuerda Vattimo (1996), fenómenos como la perversa aplicación de la revolución proletaria, los dos grandes holocaustos mundiales, las protestas de Mayo del 68, Vietnam, Irak, los Balcanes y otras guerras olvidadas, la crisis económica y financiera de principios del siglo XXI, las vulneraciones de derechos humanos en innumerables rincones del planeta, la creciente destrucción del medio ambiente y otros problemas graves que condicionan nuestra supervivencia, provocan que se apueste por dejar atrás la modernidad. Y habría que sumar en lo político una pérdida de credibilidad ante la corrupción y la provocación de mayor desigualdad social, así como la falta de solidaridad institucional ante las masivas movilizaciones de refugiados de las guerras, y por supuesto, la mala praxis de los medios tecnológicos de comunicación, cuestiones que ya se integran en una postmodernidad de dudosa viabilidad. Por ello, llegados a este punto, entendida la superación y crítica de la modernidad “racionalizadora”, se hace necesario discutir sobre los resultados que ofrece la postmodernidad. Porque existen tanto defensores como críticos sobre dicha tendencia de pensamiento. Resulta fundamental intentar alumbrar la idoneidad de respaldar o no tal línea de comportamiento (más que de reflexión). Y lo más importante, hay que analizar el desarrollo de un contexto sociocultural como éste tan estrechamente vinculado a la “Red de redes”.

4.2. ¿La Postmodernidad e Internet como solución?

Sirvan los siguientes párrafos para analizar la relación positiva entre la Postmodernidad e Internet lejos de detallar el enorme avance social experimentado recientemente, harto conocido, gracias a la comunicación en Red. Para ello, resulta necesario fijar varias posturas imprescindibles de pensamiento actual, que intentarán orientar dicha relación inevitable.
Cristobal Ruiz (2010) expone la importancia del discurso reformista que defendería Jürgen Habermas sobre la postmodernidad: si bien ha propuesto unos límites a las grandes ideologías que dominaron el siglo XX, en aras de reformar sus propuestas, también sugirió que la modernidad fue un proyecto inacabado y que había que modificar sus debilidades. Según Ruiz, el filósofo alemán sería partidario de ofrecer determinadas soluciones, criticando la razón pero indicando los frutos irrebatibles que una postmodernidad continuadora pudiera ofrecer, como la profundización en la democracia deliberativa, o un escenario ético público y mundial. También Ruiz ha estudiado las teorías de Bauman por las cuales la postmodernidad deja la puerta abierta a las emociones, los modos de vida, la experiencia o la alteridad, para poder contribuir a mejorar el progreso y vertebrar la civilización.

La postmodernidad, de esta manera, nos liberaría de los abusos de un fundamentalismo racionalizante que no pocas veces ha alimentado y mantenido ideas, principios y verdades que se tenían por incuestionables, y cuya finalidad última era el dominio, la coacción y el poder sobre el otro (machismo, clasismo…). Frente al sentido unitario y unifónico de la modernidad, la postmodernidad plantea una multiplicidad de perspectivas, la fragmentación del pensamiento y una amplia gama de enfoques y voces, gracias en buena parte a una herramienta como Internet (Ruiz, 2010, p. 177).

En ese sentido de una postmodernidad consentida, el mundo postmoderno desecha las grandes ideas salvadoras de los últimos siglos, sobre todo atendiendo a la multiplicidad de posturas o verdades de que es capaz la comunidad virtual o digital. Y al igual que en el ámbito del pensamiento, el mundo del arte ya no se rige por reglas establecidas, por cánones interpuestos; ahora se trabaja para buscar esas reglas desde cada obra, algo que las vanguardias de principios de siglo asimilaron en un afán de inquietud y curiosidad permanentes, dejando atrás categorías definidas. La consecuencia es la propia expresión del mundo interior del creador, desde diversidad de formatos y propuestas. La civilización, por tanto, se proyecta gracias a una existencia enormemente compleja donde cada realidad humana constituye un relato propio, un microrrelato, máxime con la multitud de visiones subjetivas que se dan en la Red. Como opina Adolfo Vasquez, que atiende a las opiniones de Lyotard,

La condición postmoderna de nuestra cultura implica una emancipación de la razón y de la influencia ejercida por los grandes relatos. La postmodernidad es una edad de la cultura, es la era del conocimiento y la información, los cuales se constituyen en medios de poder. El hombre postmoderno vive la vida como un conjunto de fragmentos independientes entre sí, sin ningún sentimiento de contradicción interna… los microrrelatos responden al criterio fundamental de utilidad, esto es, son de tipo pragmático (Vasquez, 2011, p. 5).

Y el mismo Lyotard comenta: “La postmodernidad se presenta como una babelización que no es ya considerada un mal sino un estado positivo, porque permite la liberación del individuo, quien despojado de las ilusiones de las utopías, puede gozar el presente siguiendo sus inclinaciones y sus gustos” (Lyotard, 1989, p.36). Se trata por ello de una reivindicación de lo individual y local frente a lo universal. Además, las tecnologías de la comunicación de nuestra era, al reclamar un espacio imprescindible de expresión particular, permiten una pluralidad de puntos de vista, creencias e ideas jamás conocida como en ninguna otra época. La posibilidad de ofrecer una avalancha de conocimientos y estímulos de información supone un fenómeno inusitado, fácil de acceder y determinante para el desarrollo de la sociedad global. La actualización de la interrelación entre las personas abre un nuevo camino en el devenir histórico a todos los niveles. Se trata de una interconexión sin mediación, de una intercomunicación cada vez más libre y sobradamente eficaz en ámbitos como la ciencia, la técnica o las humanidades a través de los canales disponibles. Y son precisamente los actuales medios de comunicación unos protagonistas de primer orden en la transformación del mundo moderno al posmoderno, unos partícipes más que activos en el discurrir cotidiano de un mundo avanzado que “no sólo no abomina de la razón tecnológica, sino que la ensalza y la supone parte constitutiva del nuevo tipo de ser humano que promueve” (Follari, 2006, p. 44). Por ejemplo, en la atmósfera bélica de Iraq en 2003, los medios tradicionales se movilizaron en la red creando ediciones digitales en línea, como El País o El Mundo, que añadieron documentos valiosos como galerías fotográficas, vídeos o archivos de tecnología flash, donde los lectores tenían acceso ilimitado y gratis a informaciones que hasta ese momento en el caso de guerras anteriores había resultado imposible, a veces censuradas por cadenas televisivas por un supuesto contenido antipatriótico (Nicoleta, 2016).
Por su parte, Mari Paz Sánchez-Guijaldo (2017) alude a la alternancia informativa del periodismo ciudadano, en ocasiones para ejercer un activismo de solidaridad vista la falta de cobertura de los medios tradicionales. Han sido, pues, los medios como Internet los que permiten que cualquier persona tenga la capacidad de publicar sin el acuerdo de un editor, resultando que los tradicionales han tenido que otorgar alguna vía de expresión a sus lectores en sus ediciones digitales (blogs). Ello conlleva que el periodismo profesional tenga que adaptarse a una nueva forma de comunicar, ampliando así su abanico informativo, considerándose un auténtico motor de cambio más interconectado y transparente. La profesora también nos recuerda que “La información a publicar permite una profundización sobre temas de interés para públicos especializados, y suele emplearse para informar y denunciar sobre temas de abusos, corrupción, etc. que pueden influir en la opinión pública por su efecto viral” (Sánchez-Guijaldo, 2017, p. 40); no obstante, también advierte de que el hecho de que Internet conceda la posibilidad a todo ser humano de ser un comunicador social, no le convierte en periodista ni lo que hace es periodismo.
No obstante, otras voces reconocen un nuevo, pero paradójico, paradigma cultural que supone el postmodernismo con las nuevas tecnologías de comunicación. Así, David Lyon dice: “El postindustrialismo ha dejado un mundo cibernético de proceso de datos, redes globales y realidades virtuales. El auge de los nuevos medios permite que se oigan nuevas voces antes reprimidas, pero ¿por qué habríamos de escuchar una voz más que otra?” (Lyon, 2000, p. 138). En definitiva, pese al crecimiento comunicativo exponencial de la humanidad, surgen muchas dudas y por supuesto, malas praxis en el uso de Internet. Cuestiones como las posturas hiperindividualistas, la irreverencia consciente, la falta de respeto, la falsedad informativa, los ataques a la intimidad o a la seguridad de un país y otras inconveniencias perjudican gravemente el intercambio tecnológico social de comunicación. Observémoslas en el siguiente epígrafe.

4.3. Los aspectos negativos de un Internet posmoderno

Resulta palmario que hay quienes han observado en la postmodernidad tecnológica unos rasgos de dudosa validez ética. En primer lugar, no cabe duda de que asistimos a una perspectiva histórico-cultural donde priman unas subjetividades de enorme calado que frenarían un progreso moral adecuado de la humanidad. Así, el mismo Bauman que apostó por las posibilidades expresivas individuales, dice:

El yo moral es la víctima de la tecnología más evidente y notoria ya que no puede sobrevivir a la fragmentación. En un mundo mapeado por necesidades, en el que abundan los obstáculos para su gratificación acelerada, aún queda mucho espacio para el homo ludens, homo oeconomicus y homo sentimentalis; para el jugador, el emprendedor o el hedonista, pero no para el sujeto moral (Bauman, 2006, p. 225).

La subjetividad, como nivel cualitativo diferenciado del hombre, es una construcción posmoderna, y a causa de ese mismo discurrir en el seno de una civilización cambiante, parece que no puede quedar sujeta a un sistema universal de valores. Por consiguiente, existiría un entramado de opciones normativas creado por cada una de las subjetividades existentes, que repercutirían en nuestras acciones condicionadas por una red de deseos, de necesidades, de preferencias y otros elementos psíquicos. Hay que indicar que buena parte de todo se debe a una progresiva libertad mundial de expresión sin precedentes, donde la “cultura del yo” se erige en reivindicación a ultranza de las propias emociones. La actitud de dichas subjetividades obedecería al empirismo de tipos particulares de organización psíquica en cada persona (González Rey, 2007). De esta manera, la exposición de tales emociones en la comunicación virtual no dejaría de ser una cristalización de un orden subjetivo interno, casi siempre al margen de unos preceptos que se tenían como “razonables”. Asistimos, por tanto, a un mundo postmoderno en que lo digital ha cambiado la manera de reconocernos y representarnos, a una sociedad virtual donde la subjetividad de cada actor se puede liberar sin dificultades de toda imposición social.
Será entonces en esas “subjetividades on line”, donde los sujetos realizan una reconstrucción de su identidad basada en estereotipos para reclamar una aceptación social. Las redes sociales producen así una gran paradoja basada en la supuesta libertad individualizada que ofrece Internet, y por el contrario, la necesidad de someterse a hipotéticos juicios aprobatorios de unos semejantes virtuales. “Internet se ha convertido en el mayor laboratorio social para la experimentación en las construcciones y reconstrucciones del yo que caracterizan la vida postmoderna” (Brito & Alvarado, 2016, p. 25). Y es que en ese culto a la tecnología, la humanidad se deja llevar inconscientemente por una reorganización comunicativa que forja otros modos de vida ”postmodernos”, quizá menos solidarios. De nuevo se producen otras grandes paradojas que presiden dichas estructuras de contacto virtual, que deberían someterse a una pedagogía suficiente para evitar esas subjetividades, en ocasiones egocéntricas. Al respecto, Patricia Ramírez (2014) sintetiza varias ventajas e inconvenientes de las redes sociales, como la oportunidad de comunicarse a cualquier hora del día con cualquier persona querida esté donde esté, pero también pudiendo aislarse de las que están más cerca con la pérdida de socialización que ello implica; o la oportunidad de las personas tímidas para expresarse tranquilamente y practicar habilidades sociales, pero con el peligro de estar sujeto a una adicción por el atractivo de desentenderse de lo presencial; o la consecución de una autoestima en función del número de seguidores y los “me gusta” (en caso de Facebook) que reciben, cuando realmente no se puede calibrar el grado de tal aceptación; o la oportunidad de intercambiar impresiones o debatir sobre cuestiones importantes, frente a las conductas impulsivas e irritables que conducen a malinterpretaciones, rencor, insultos o agresividad, etc.
Sobre el impacto de las redes sociales en nuestro presente, Vicente Serrano (2016) expone al comentar el alcance de Facebook:

Es sin duda la red social más exitosa y a la vez casi inevitable, capaz de competir con los mass media tradicionales e invadir su espacio. Constituye tal vez el fruto más notable y notorio de la revolución digital, le han precedido otras redes sociales pero ninguna ha alcanzado ese éxito fulgurante ni esa implantación masiva, porque ninguna de ellas ha incidido en el corazón de la afectividad como lo ha hecho Facebook. Te convierte de pronto en el centro de un universo en el que construyes tu identidad y te afirmas en busca de adhesiones en forma del “me gusta”, y que además gestionas como una cuenta corriente de afectos y de encuentros… Facebook ofrece finalmente el espejismo de la libertad y de la comunicación, reunidos en un dispositivo sencillo, aparentemente inocuo. El usuario se convierte en productor, sin ser plenamente consciente de ello, a partir de su vida afectiva. Expresada en fotos, opiniones y sentimientos, la afectividad se convierte en una mercancía que cede a perpetuidad a una empresa cuya riqueza es la publicidad (Serrano, 2016, p. 4-5).

En efecto, en la postmodernidad virtual se corre el riesgo de fomentar un egoísmo generalizado que llevado al extremo desemboca en un narcisismo sin ambages. Las preocupaciones sociales cotidianas pasan a ser puramente personales, la despolitización creciente es un hecho, las grandes cuestiones existenciales se dejan de lado, la banalización de la cultura preside toda actividad pública, etc., y todo, a favor de vivir para nosotros mismos, sin preocuparnos de nuestras tradiciones ni de nuestro posteridad, donde las estrategias narcisistas prometen salud física y psicológica. “Cuando el futuro se presenta incierto, queda la retirada del presente, al que no cesamos de proteger, arreglar y reciclar en una juventud infinita” (Lipovetsky, 1993, p. 51). En síntesis, la cultura de la apariencia, de la propia autocomplacencia, son vías para dar sentido a la propia existencia, que también se ve favorecida por el consumo constante de productos y modas con el fin de satisfacer un Yo omnipresente. Por ello, otra paradoja se cierne en el horizonte de la postmodernidad con Internet como instrumento: cuando la comunicación en red está orientada a satisfacer el propio impulso o a unos instintos que no se detienen ante una razón mesurada, se puede estar hipotecando la supuesta libertad que otorga tales decisiones. La vulnerabilidad del usuario narcisista puede hacer acto de presencia al tomar como base los estímulos de la apariencia.
Al respecto, sabemos que otro elemento negativo se asienta en el anonimato para atacar u ofender desde la red a quienes han proyectado su imagen en cualquier sentido, desde el más narcisista hasta el más altruista. “Hasta la generalización de Internet, cualquiera comprende que se asocie el valor ´de frente´ a la contraposición de la cobardía de quien envía una nota sin firma: exponerse a las consecuencias, o lanzar la piedra y esconder la mano” (Gómez Cabaleiro, 2017, p.24). Y todo se produce con una facilidad pasmosa, para fomentar desde la ocultación del origen en Internet (en redes sociales u otras vías) un perjuicio a una persona o empresa, una información falsa con apariencia de verídica sobre un acontecimiento social, una tergiversación de unos hechos políticos, e incluso bélicos, que se ofrecen como creíbles, y todo en busca de un beneficio espurio, de unos intereses personales, comerciales y hasta institucionales. En resumen, en nuestra época postmoderna la información alternativa por parte de ciertas personas o grupos está a la orden del día, (abstracción hecha de la inconveniencia oficial para ofrecer determinadas informaciones que diversos poderes han ejercido siempre). Y también Emilia Nicoleta (2016) ha estudiado el comportamiento anónimo de los grupos radicales islamistas en la red, para concluir que Internet ha facilitado un nuevo tipo de guerra basada en la gran cobertura mediática a nivel global, mediante webs oficiales, foros, blogs, redes sociales, desde la inmediatez y la imposibilidad de localizar el origen. Estos grupos hacen un uso amplísimo de las posibilidades que ofrece la Red de redes: transmisión de información y propaganda, organización y reclutamiento de simpatizantes, o exposición de amenazas y actos violentos, multiplicando así su efecto perverso de horror.
En cuanto a la manipulación de la información por medios virtuales, aunque el fenómeno viene de lejos en la actualidad asistimos a una tendencia realmente deshonesta y malévola de comunicar ciertas noticas (también en ocasiones desde el anonimato). El ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels ya señalaba que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, con el fin de llevar adelante la estrategia antisemita con la que influir en la sociedad alemana. Pues bien, tal disparate puede aplicarse hoy en día al fenómeno conocido como “post-verdad” donde, “Gracias a las nuevas tecnologías y a la forma en la que la propaganda política se sirve de ellas, es un concepto que tiene connotación de falsedad, de manipulación y de revisionismo de la realidad misma… con las intenciones interesadas que puedan existir detrás ello” (Niño&Barquero&García, 2017, p. 83). Y es que, dada la fragmentación de puntos de vista en la difusión informativa, la postmodernidad se presta a la rápida validez de rumores e infundios. La historia nos enseña que, desde que se inició la posibilidad de expandir noticias a través del desarrollo de los medios, la repetición de eslóganes e ideas no verdaderas que se remachan ha sido una constante, en connivencia con ciertos poderes políticos o grupos de presión (a ello hay que sumar la utilización, a veces inconsciente, de unos mecanismos virtuales carentes de un razonamiento objetivado y reflexivo). Por tanto, en la post-verdad, el carácter deontológico que debe residir en cualquier medio, incluso en los electrónicos, para salvaguardar la realidad de los hechos, desaparece a favor de una selección de noticias falsas (fake news), imágenes o titulares que obedecen a una distorsión interesada para defender u ocultar ciertos objetivos. Por ejemplo, de candente actualidad es la post-verdad que rodea a la particular gestión electoral del presidente estadounidense Donald Trump. Pues bien,

En la era de las plataformas sociales, se compite con impostores que disfrazan las mentiras de rigor, buscando publicidad, dinero o influencia. Hay quien las difunde para sacar rentabilidad política como el propio Trump, que en 2012 cuando ya tenía puesta su mirada en la Casa Blanca incorporó a sus discursos y dio pábulo al bulo de que el presidente Obama no había nacido en EE.UU, sino en Kenia. En Facebook, cuando una mentira se comparte cientos de miles de veces y se cuela en el ciclo informativo, se crea una burbuja. Usuarios que siguen a Trump o que se declaran republicanos pueden ver en sus muros solo informaciones falsas y no otras reales, como las maniobras del presidente para no pagar impuestos o sus muchas declaraciones machistas o racistas… (Alandete, 2016, p. 3).

Incluso mucho más recientemente,

La Freedom House, que mide la temperatura de los derechos políticos y libertades civiles ha constatado que la intervención de los gobiernos en la Red para distorsionar la información se está multiplicando. De mayo de 2016 a mayo de este año, un total de treinta gobiernos llevaron a cabo alguna forma de manipulación sobre la información online… La asesora de la Casa Blanca, Kellyane Conaway, fue la creadora de los “hechos alternativos” para referirse a las mentiras de la administración Trump (Lagar, 2017, p. 13).

Por su parte, Niño, Barquero y García (2017) aluden a la existencia fehaciente del “troll” de Internet, como usuario encargado de publicar mensajes ofensivos o intencionadamente falsos para dañar a una comunidad o distorsionar la realidad, que obedece a las directrices de partidos políticos o grupos de interés. También comentan el término “infoxicación” para explicar la sobreabundancia de datos y la contradicción entre los mismos, que afectan a la inteligencia colectiva susceptible de unas emociones que pueden orientar en un sentido concreto a numerosas personas.
En cuanto a los ataques a la intimidad, considerada como un derecho fundamental en el artículo 18 de la Constitución Española, y confirmada por la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, nuestra postmodernidad tecnológica resulta un ámbito idóneo para violentar lo privado. La protección de datos es objeto de permanente ataque en Internet. Buena parte de ello surge porque los avances tecnológicos son capaces de compilar cada vez mayor información de carácter personal, sobre rutinas y preferencias de los usuarios, mediante la creación de algoritmos donde se comercian con los datos personales que inconscientemente o no los usuarios han prestado (las famosas cookies). Sabemos que el objetivo es que ciertas empresas procesen dicha información para obtener una rentabilidad económica mediante publicidad y oferta de productos, en lo que ha venido en llamarse “Internet de las cosas”. Pues bien, en ese intercambio gigantesco de información, el big data, se eluden ciertos controles sobre los rasgos íntimos de una persona, a menudo se vulnera los principios en los que se asienta la protección de datos, los ciudadanos ignoran cómo se está manejando la información desde la perspectiva de un marketing más que dudoso. Con el propósito de paliar estos importantes riesgos y abusos, el 27 de abril de 2016 ha sido promulgado un nuevo Reglamento Europeo de Protección de Datos (el UE 2016/679) que pretende dar respuesta a las nuevas realidades no contempladas en la era pre-Internet (Barrio, 2017).
Relacionado con lo anterior, otro obstáculo de gran calado para el discurrir apropiado de la “Red de redes” es la Ciberseguridad, que en este caso ya no sólo puede afectar a personas concretas, sino a países enteros. Como comenta Fernando Savater,

Las revolucionarias tecnologías para la comunicación y el acopio de información han originado un nuevo tipo de delincuentes y otros cibercrímenes que no conocieron nuestros padres. Hacen falta leyes más sutiles que los persigan pero no menos enérgicas que las que regulan otros campos de la actividad humana. El saqueo de centros institucionales neurálgicos, la violación de los mensajes personales, el acoso a usuarios vulnerables por su juventud o popularidad, el robo de la propiedad artística o científica que los creadores tienen derecho a exigir de sus obras, el bloqueo malicioso de servidores indispensables para el funcionamiento de millones de servicios sin los que se paralizaría cualquier comunidad… (Savater, 2017, p. 7).

En este sentido, de nuevo en la administración Trump a fecha de hoy estamos asistiendo a la rocambolesca historia del presunto espionaje o hackeo de las comunicaciones internas norteamericanas, por parte del mismo Gobierno ruso del Kremlin, que parece haber influido en las últimas elecciones presidenciales al perjudicar a la rival del presidente, Hillary Clinton. Ha sido Wikileaks quien hizo pública tal información, teniendo que intervenir el mismo FBI y produciéndose varias dimisiones como la del Consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn. Se trata de un turbio asunto cuya repercusión ha conmocionado sobremanera a la sociedad estadounidense (Irujo, 2017).

5. CONCLUSIONES: NECESIDADES PEDAGÓGICAS

Señaladas las principales cuestiones que rodean al ámbito de la “Red de redes”, se deben extraer unas conclusiones cuyo fundamento sean las necesidades pedagógicas que el uso de Internet ha de contemplar, tanto desde sus indudables beneficios como desde sus graves inconveniencias. Y todo, en el marco de la postmodernidad histórica en la que nos encontramos, donde la comunicación virtual tiene mucho que decir en las relaciones personales, como hemos comprobado. Siempre hay que instar a las instituciones culturales y educativas a fomentar una educación de solidez en este mundo cambiante en el que se halla la sociedad globalizada. Así, hay que concluir en la insistencia de una idónea alfabetización audiovisual y digital en el mundo adolescente, que todavía tiene muchas lagunas debido a la falta de medios en ciertos territorios y países; las TIC son la pieza fundamental sobre las que se vertebra la Sociedad de la Información y también la que explica la necesidad de una mayor y extensiva alfabetización tecnológica, que se podría extrapolar a todos los niveles (Caldera y León-Moreno, 2012). Y como constata Aquilina Fueyo:

Los medios audiovisuales configuran, en buena parte, la cultura del momento actual. La explosión de información, la saturación de medios, su acceso a los medios privados de las personas, la publicidad articulando las esferas mediáticas, etc. constituyen un flujo de significadores que llueven sobre niños, jóvenes y adultos. Las propuestas prácticas basadas en la idea de que las personas deben dotarse, a través de la enseñanza, de conocimientos que les permitan manejar y no ser manejadas por el mundo y la cultura audiovisual son escasas (Fueyo, 2006, p. 457).

Hay que indicar que tal fenómeno, inusitado por su extrañeza hasta hace unas décadas, conlleva a menudo una suerte de obligación psicológica de “estar conectados”. Una gran parte de la sociedad actual podríamos experimentar cierta experiencia traumática si no perteneciésemos a una comunidad internauta, bien por motivos profesionales o de amistad, bien por simple búsqueda de información (Amón, 2017). Por consiguiente, ese miedo a “no estar” virtualmente que experimentan millones de personas ha de ser manejado con cautela, sobre todo para una inmensa población joven de “nativos digitales” (los ya nacidos en la era Internet), y máxime cuando el aislamiento y la subjetividad que implica la postmodernidad son hechos incontestables, como ya se ha comentado. Por tanto, una importante conclusión debe ser ésta, la de concebir que se trata de un fenómeno al que progresivamente nuestra civilización se adhiere, pero al que hay tratar con rigor ético.
Otra conclusión palmaria es que con la postmodernidad virtual, ya no asistimos a un enfoque unidireccional para interpretar la realidad. Existe una crítica generalizada sobre el tratamiento de un mundo en permanente crisis, donde la modernidad tuvo una oportunidad en el siglo XX para influir apropiadamente. Sin embargo, quedó desbordada por una infinita fragmentación de perspectivas gracias a una libertad de expresión creciente con los adelantos tecnológicos como soporte esencial, y a la posibilidad de mostrar los propios microrrelatos, como apuntaban Lyotard y Vasquez. Con todo, se corre un peligro de que la multiplicidad de opiniones quede superada por sí misma, donde criterios de objetividad y validez comunicativa queden relegados. Al respecto, otra premisa en la que insisten otros expertos educativos es en la de vigilar lo que circula en la red. Ya que la comunicación no conoce límites, donde el mundo de Internet establece una relación horizontal entre iguales, concluyamos en que pueden existir espacios donde se informe de manera diferente, como se ha comprobado con el periodismo alternativo; la ciudadanía puede ofrecer y recibir otros puntos de vista de los acontecimientos, eso sí, previo cotejo y autenticidad del material informativo donde se tiene que estar preparado educacionalmente (Aparici, 2006). En este sentido, “La educomunicación en el nuevo siglo debería erigirse en un territorio imprescindible para la adquisición y confrontación de conocimientos. Un error habitual es llegar a creer que la información y la comunicación generan por sí mismas conocimiento” (García Mantilla, 2006, p. 110). Por tanto, una conclusión de gran trascendencia radica en la necesidad de forjar un espacio crítico de reflexión ante la avalancha de noticias interesadas, más que interesantes. Así, ante la llamada “post-verdad” que confunde y distorsiona es crucial saber a qué nos enfrentamos, de ahí la idoneidad de instruirnos, de comparar, de no dejarse influir a las primeras de cambio por ciertas actitudes sociales o políticas, como explicó Noam Chomsky (2006), para el que “las instituciones de los medios de información pretenden convertir a las personas en individuos sumisos que no interfieran en las estructuras de poder ni de autoridad” (p. 240). El escritor ponía el ejemplo de un supuesto periodista honesto del New York Times, que debido a su sinceridad manifiesta podría poner en peligro la autoridad del diario, al permitir con sus artículos que los lectores pensaran por sí mismos.
Otro resultado de este trabajo debe llevar a señalar la necesaria pedagogía comunicativa en las redes sociales. Se hace perentorio advertir de los efectos nocivos del mal uso internauta, donde el usuario se ensimisma sin atender al mundo exterior, e incluso la comunicación se presta al insulto, las amenazas o los acosos psicológicos, cuando no a una sobreexposición narcisista. Frente a ello, la empatía pensando en los demás, el respeto hacia la personalidad del otro, o la paciencia antes de actuar impulsivamente son recursos para una óptima sociabilización (Ramírez, 2017). Así mismo, Caldera y León-Moreno (2012) llegan aseveran que “una de las ´grandes ventajas´ de las Redes Sociales es su facilidad de uso, siendo sus requerimientos previos, desde el punto de vista del aprendizaje tecnológico, prácticamente nulos” (p. 185).
Por último, como ya preconizara Bauman, es necesario inculcar una ética postmoderna en cada momento de comunicación virtual entre dos o más personas. En el caso de la profesión informativa, hay que huir de esos homo ludens y homo oeconomicus para promover el hombre moral, capaz de ofrecer a su semejante unos contenidos verídicos alejados del espectáculo mediático a los que por ejemplo Facebook se presta, con independencia de sus otros múltiples usos legítimos y beneficiosos. Pero se debe incidir en unos principios informativos reflexionados y argumentados, fieles a la noticia, con ello el trabajo será limpio y honesto, en definitiva, objetivo. (Baranda, 2014).
Hoy en día se ha acuñado el término “modernidad líquida” en paralelo al de “postmodernidad” para definir la evanescencia y la vertiginosidad de nuestro mundo contemporáneo. En cualquier caso, forman parte de un contexto histórico donde priman unas subjetividades (realmente siempre estuvieron ahí) que pueden utilizar Internet para unos fines de gran beneficio social, como los científicos, pero también con graves riesgos en la comunicación virtual (otros temas serían las pederastia en la red, el ataque de virus informáticos y otros). En este sentido, es más que necesario que nunca un impulso pedagógico en todos los niveles sociales.

REFERENCIAS
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AUTOR
José Hernández Rubio:
Doctor Humanidades por la Universidad Carlos III (Madrid). Máster en Historia y Estética de la Cinematografía (Universidad de Valladolid). Profesor externo en la Universidad del Mar (Universidad de Murcia). Profesor del Taller “Cine, Política y Derechos Humanos” (Universidad Zacatecas-México). Ponencias: “Internet como transformación de la comunicación en la posmodernidad: alternativa audiovisual e informativa” (Universidad Miguel Hernández, Elche). Otras ponencias y cursos.
hernarubio@hotmail.com
Orcid ID: https://orcid.org/0000-0001-7505-6613