doi.org/10.15178/va.2017.140.17-43

INVESTIGACIÓN

HINCHAS E IDENTIDAD. ALCANCES Y LIMITACIONES DE LA ÉTICA DEL AGUANTE

FANS AND IDENTITY. SCOPE AND LIMITATIONS OF THE ETHICS OF ENDURANCE

TORCIDAS E IDENTIDADE. ALCANCES E LIMITAÇÕES DA ÉTICA DO AGÜENTAR

Germán Hasicic1 Licenciado en Comunicación Social (Or. Periodismo) y Técnico Superior Universitario en Periodismo Deportivo por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP). En docencia, Jefe de Trabajos Prácticos en la Cátedra Prácticas Corporales y Subjetividad; Auxiliar diplomado en la Cátedra Sociología del Deporte (FPyCS- UNLP). Doctorando en Comunicación. Becario de Posgrado de la Universidad Nacional de La Plata. Area de investigación: Estudios Sociales del Deporte. Antropología del cuerpo y subjetividades. En gestión, Secretario Técnico-Administrativo de la carrera de posgrado Doctorado en Comunicación (FPyCS- UNLP) de 2014 a la fecha. Editor de “Colección Libros de Cátedra” entre 2014 y 2016 en la Editorial de la Universidad de La Plata (Edulp). http://orcid.org/0000-0002-9302-9544

1Universidad Nacional de La Plata. Argentina

RESUMEN

A partir de un conjunto de entrevistas, diálogos, conversaciones y charlas informales se transformaron en los protagonistas de una investigación que aborda, entre otros ejes, las subjetividades desde una perspectiva socio-cultural y no meramente discursiva. Es decir, el análisis de las prácticas discursivas forma parte de un entramado analítico más amplio y complejo, articulándose a las preguntas por la violencia y la discriminación subyacentes. Para adentrarnos aún con mayor profundidad en la construcción identitaria de los hinchas de River, es preciso realizar una revisión de las discusiones y avances más significativos en torno a los estudios vinculados a la construcción de identidades futboleras: cómo se constituyen, perciben y autoperciben las identidades de estos sujetos, reparando en el comportamiento social permitido y atendiendo al uso de la violencia como práctica legítima/ilegítima, desarrollada en el capítulo anterior. Al hacerlo, hemos puesto en tensión una categoría moral: la ética del aguante.

PALABRAS CLAVE: Cultura, identidad, violencia, aguante, hincha

ABSTRACT

From a set of interviews, dialogues, conversations and informal talks were transformed into the protagonists of a research that approaches, among other subjects, the subjectivities from a socio-cultural perspective and not merely discursive. That is, the analysis of discursive practices is part of a broader and more complex analytic framework, articulating the questions by the underlying violence and discrimination. In order to get even deeper into the identity construction of River Plate fans, it is necessary to review the most significant discussions and developments around the studies related to the construction of soccer identities: how identities of these subjects are constituted, perceived and self-perceived, noticing the social behavior allowed and paying attention to the use of violence as a legitimate / illegitimate practice, developed in the previous chapter. In doing so, we have put in tension a moral category: the ethics of endurance.

KEYWORDS: Culture, identity, violence, endurance, fan

RESUMO

A partir de um conjunto de entrevistas, diálogos e conversações informais se transformaram nos protagonistas de uma investigação que aborda, entre outros temas centrais, as subjetividades desde uma perspectiva sócio-cultural e não meramente discursiva. Ou seja, a analise das práticas discursivas forma parte de uma estrutura analítica mais ampla e complexa, articulando-se as perguntas pela violência e a discriminação subjacentes. Para adentrarmos com maior profundidade na construção da identificação dos torcedores do River, é preciso realizar uma revisão das discussões e avances mais significativas entorno aos estudos vinculados a construção de identidades futebolísticas: como se constituem, percebem e auto percebem as entidades desses sujeitos, reparando no comportamento social permitido e estando atento ao uso da violência como prática legitima/ilegítima comentada no capitulo anterior. Ao fazer pusemos em tensão uma categoria moral: a ética do agüentar.

PALAVRAS CHAVE: Cultura, Identidade, Violência, Agüentar.

Recibido: 04/11/2016
Aceptado: 19/12/2016
Publicado: 15/09/2017

Correspondencia: Germán Hasicic. germanhasicic@gmail.com

1. INTRODUCCIÓN

Como se ha mencionado anteriormente, la motivación de la investigación se articula tanto en un orden subjetivo, a partir del trabajo etnográfico con sujetos cuyas identidades se hallan social, cultural y emocionalmente ligadas al Club Atlético River Plate, como en otro de carácter académico, poniendo en tensión categorías y teorías ligadas al comportamiento o conductas de los públicos que asisten al estadio a los partidos de fútbol, con la finalidad de analizar y problematizar las prácticas de sentidos discriminatorias y las reproducciones folclóricas en la construcción de identidades.
Inicialmente disponía de suficiente información preliminar para llevar a cabo el trabajo de campo: la familiarización con el campo (el estadio) y con ello una incipiente selección de entrevistados, la noción sobre las principales teorías relacionadas a los comportamientos sociales en los estadios de fútbol y diferentes estadísticas (principalmente aquellas referidas a la cantidad de muertes a manos de la violencia y sus respectivas circunstancias). A priori, este escenario resultaría auspicioso; sin embargo, era imperioso evitar caer en una trampa común, o mejor dicho, no forzar una indagación que se ajustara a los estudios y teorías realizados a la fecha y, de esta manera, culminara en una mera reiteración conceptual.
Esto último se alinea a la propuesta metodológica, la cual fue configurándose a partir de un campo que resultaba vasto y al mismo tiempo delimitable. Aquí cabe señalar que hubo cuestiones significativas que llevaron a circunscribir y recortar el espectro de trabajo a los públicos que asistieron al estadio Antonio Vespucio Liberti en los partidos que el equipo de Primera División disputó durante el Torneo Final “Nietos recuperados” 2014- Copa Raúl Alfonsín (1): fundamentalmente, la decisión del Gobierno nacional de prohibir la asistencia de público visitante a los estadios, implementándose a partir de septiembre de 2013. Este dato no es menor ya que, como veremos más adelante, la disputa del capital simbólico con el otro se vio invisibilizada e imposibilitada de ser materializada en cada uno de los encuentros ante la ausencia de esos otros interlocutores vitales en el proceso de construcción identitaria.

(1) Fue el certamen que cerró la octogésima cuarta temporada de la era profesional de la Primera División del fútbol argentino. Se disputó durante el primer semestre del año, entre el 7 de febrero y 19 de mayo, organizado por la Asociación del Fútbol Argentino. El campeón fue el Club Atlético River Plate, interrumpiendo un período de seis temporadas sin títulos oficiales. Fuente: Asociación del Fútbol Argentino (AFA). En línea. Disponible en: <http://www.afa.org.ar/torneos.php>

El trabajo de campo no se redujo únicamente a la realización de entrevistas y observación participante durante los partidos, también implicó conversaciones de café con socios en la confitería del club (por ejemplo, el caso de “los vitalicios” (2)), reuniones con miembros de las filiales “Javier Saviola” de Berazategui y “Norberto Alonso” de Baradero, como también encuentros en las inmediaciones del estadio previos al inicio de los partidos. Consideramos que para lograr un acercamiento acabado a ellos resultaba imprescindible una interpelación directa.

(2) Término con el cual denominé a un grupo de cuatro socios vitalicios del Club Atlético River Plate. Con ellos mantuve una extensa entrevista/conversación en la confitería e inmediaciones del club. La misma resultó valiosa para señalar algunos contrapuntos respecto a la “ética del aguante” (Alabarces, 2014).

A partir de un conjunto de entrevistas, diálogos, conversaciones y charlas informales se transformaron en los protagonistas de una investigación que aborda, entre otros ejes, las subjetividades desde una perspectiva socio-cultural y no meramente discursiva. Es decir, el análisis de las prácticas discursivas forma parte de un entramado analítico más amplio y complejo, articulándose a las preguntas por la violencia y la discriminación subyacentes.
Para adentrarnos aún con mayor profundidad en la construcción identitaria de los hinchas de River, es preciso realizar una revisión de las discusiones y avances más significativos en torno a los estudios vinculados a la construcción de identidades futboleras: cómo se constituyen, perciben y autoperciben las identidades de estos sujetos, reparando en el comportamiento social permitido y atendiendo al uso de la violencia como práctica legítima/ilegítima, desarrollada en el capítulo anterior. Al hacerlo, hemos puesto en tensión una categoría moral: la ética del aguante.
Previamente a su abordaje, resulta necesario aproximarnos a otras cuestiones elementales que, de manera inexorable, nos conducirán a dicha problemática. En primer lugar, responder un interrogante clave: ¿qué es un hincha? A priori, esto no representaría inconvenientes. Sin embargo, las diversas y disímiles definiciones conllevan a replantear si existe un sentido unívoco o nos encontramos ante un concepto, en términos de García Ferrando (1990), polisémico y mutable. El testimonio de Sebreli, caracterizado, una vez más, por la ausencia de fundamentación empírica y plagado de prejuicios y sentido común, nos sirve como puntapié inicial:
Creo que el fanatismo no es inocente, lleva al asesinato. […] Diferencio al hincha de la barra brava, que es interesada. […] El barrabrava es un protagonista hoy, porque aporta drama, pintoresquismo, colorido. A veces es más entretenido lo que sucede en las gradas que lo que pasa en la cancha. Distingo entre el hincha pasivo, que es arrastrado, y el barrabrava, que es el que arrastra al otro. […] La predisposición a la violencia no está fabricada, surge por cuestiones de psicología social. Estos sujetos son una variante de la personalidad autoritaria, esencialmente violentos (3).

(3) Ver De Vedia, M. (1998, mayo). “La pasión que despierta el fútbol tiene dos caras”. En La Nación. En línea: <www.lanacion.com.ar/97795-la-pasion-que-despierta-el-futbol-tiene-dos-caras>. Consultado el 20 de enero de 2016.

A su vez, podemos observar la construcción de un hincha ideal por parte de los medios y las publicidades de determinados productos, el cual es encarnado en personas alegres, que asisten al estadio de la mano de sus hijos con gorros y camisetas oficiales. Sin embargo, lo idílico no logra resistir a la multiplicidad de realidades. Alabarces ironiza al respecto:
Esta imagen idílica de espectadores futbolizados pero racionales se ve amenazada por los otros, las bestias de rigor, los barras bravas, los delincuentes que irrumpen en la arcadia del fútbol argentino […]. Marginales, alcoholizados y drogadictos son, según estas descripciones, las excepciones. Son los gérmenes, la enfermedad. Un único remedio puede ser recetado y es su expulsión de la sacrosanta inocencia del fútbol. (Alabarces, 2012, p. 17)
En esto último nos detenemos y señalamos un breve paréntesis: los estereotipos de hinchas moldeados por los medios de comunicación. ¿Qué es un hincha? ¿Quién lo es? ¿Cómo es el hincha de River? ¿Existe un único tipo de hincha posible y legítimo? ¿Qué rol juega el uso de la violencia en el proceso identitario? Lo cierto es que el mismo se ha modificado y resignificado discursivamente a lo largo de las décadas.

2. DISCUSIÓN

2.1. ¿Qué es un hincha?

Tal como señala Frydenberg (1997), el fútbol fue consolidándose desde principios del siglo XX como una práctica deportiva de los sectores populares, el llamado proceso de popularización. A partir del mismo comenzaron a formarse los primeros espectadores –que eran también protagonistas– del evento deportivo, aunque por fuera de los circuitos oficiales y la lógica de masas. No hay fútbol sin hinchas, pero tampoco hay fútbol sin periodismo deportivo. Ambos nacen casi simultáneamente. El fútbol y el deporte moderno son contemporáneos del nacimiento de la prensa de masas.
Para referirnos a las hinchadas argentinas, o simplemente al concepto hincha, es imprescindible dejar de lado clichés o facilismos. Esto nos lleva a revisar qué se ha dicho respecto al mismo a lo largo de las décadas a partir de la consagración del fútbol como fenómeno de masas. Es decir, qué representaciones se han construido temporalmente, donde los hinchas hacen cosas para ser vistos, por ejemplo, o reinterpretan o transforman sus comportamientos a partir del tratamiento que se hace de ellos en los medios.
En este sentido, el trabajo de Mariana Conde (4) ofrece un análisis de la prensa y sus estereotipos, visibilizando qué actores aparecen en la prensa deportiva y cómo son caracterizados (5), donde la dinámica de la cultura puede leerse en esta variación (Hall, 1984). En los ‘40 se dio una expansión de las cantidades de público, especialmente porque se garantizaban las condiciones edilicias e infraestructura (el fútbol pensado masivamente). Esa expansión se produjo a partir de condiciones sociales y económicas que permitieron el disfrute del tiempo libre en consumos materiales y simbólicos. De hecho, esa década y la siguiente comprenden el período de mayor poder adquisitivo del salario, lo que permitió destinar una porción importante a los consumos culturales (Portnoy, 1972).

(4) Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA), Magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (IDAES-UNSAM) y Doctoranda en Ciencias Sociales (UBA).
(5) Ver Conde, M. (2006). “La invención del hincha en la prensa periódica”, en Alabarces, P. (2006). Hinchadas. Buenos Aires: Prometeo.

A partir de los ‘50, discursivamente se realizó una conexión esencialista entre los “hinchas”, el pueblo y la nación, permitiendo construir unas taxonomías políticas que, como indica García Canclini, retomando a Bourdieu, “se disfrazan, o se eufemizan, bajo el aspecto de axiomáticos propias de cada campo. Esta es la acción ideológica de la cultura” (1990, p. 41). Hacia fines de esta década empiezan a detectarse modos más o menos homogéneos de definirlos. Estos insistían en nombrar a los asistentes a las canchas con el término “pueblo”, abandonando su condición peyorativa de marginales. Los titulares y artículos de diario Crónica lo evidencian: “El fútbol es el deporte del Pueblo y, por ser del Pueblo, es maravilloso. Y es una compensación por las penurias populares, olvidadas en los estadios” (Crónica, 14 de abril de 1967); “El fútbol es para el Pueblo y del Pueblo surgen sus protagonistas” (Crónica, 15 de abril de 1967).
Este pueblo era considerado esencialmente noble, bueno. Y existía más allá de la esfera deportiva, articulado por el discurso político del peronismo, período durante el cual el fútbol profesional se habría convertido en lugar imaginario de la epicidad nacional-popular.
En la década del 70, el hincha resulta todavía la encarnación de todo lo bondadoso que puede haber en el fútbol: la entrega, la fidelidad. Esto se evidenció notablemente en el Mundial de 1978 disputado en nuestro país, en el que la estrategia enunciativa radicó en la explotación sin concesiones de un “nosotros” inclusivo, por el que los jugadores, los hinchas, el Estado militar y el pueblo argentino estarían amalgamados.
En los ‘80 surgió el significante “barrabrava”, que reviste un cariz absolutamente negativo y fue popularizado por los periodistas deportivos para dar cuenta de aquellos sujetos que asistían a las canchas y producían algún acto violento. A partir de 1983, la violencia aparece desatada, lo cual lleva a imaginar una etapa de “descomposición” del fútbol, que resultaba ser una especie de continuidad de la descomposición social. Se trataba de una caída en la barbarie, es decir del otro lado de la civilización (forajidos, bestias): “[…] el fútbol agoniza: perdió al hincha” (Crónica, 4 de agosto de 1983). De modo tal que el fútbol ya no era visto como una fiesta popular, porque “las cosas se están desviando”. Para las crónicas periodísticas, ciertos valores que fundaban la práctica esencial del hincha habían desaparecido.
Se observa un paulatino pasaje o transformación de lo carnavalesco a lo violento, degradado. Si efectuamos un análisis de las representaciones periodísticas de la violencia en un recorte temporal de treinta años, tomando casos significativos como la muerte de Hernán Souto (1967), Puerta 12 (1968), el asesinato de Adrián Scaserra (1984) o los de Vallejos y Delgado (1994), hallaremos que los diarios porteños Crónica, Clarín y La Nación, poseen más coincidencias y continuidades que divergencias y rupturas. Para hablar de los sujetos involucrados en los casos de violencia, la idea central que aparece en las coberturas es la de “inadaptados”. Paralelamente es incluido dentro de un colectivo marcado como ilegal, cuyas prácticas carecen, desde esa visión, de justificativo alguno.
En primer lugar, prevalece la estigmatización criminal, utilizando términos tales como: grupos patoteros, patota, delincuentes organizados, bandas delictivas; términos todos que dan cuenta de un comportamiento presumiblemente alejado de las prácticas cotidianas de una sociedad civilizada. En segundo término, aparecen categorías que remiten a estados pre-sociales: salvajes, bárbaros, bestias, energúmenos.
Respecto a estas coincidencias en los estigmas y clasificaciones, surgen variaciones dependientes del contexto histórico, sobre las cuales los medios no ofrecen explicaciones. Se limitan a armar listados de adjetivos y colecciones de anécdotas. En ningún momento desarrollan fundamentaciones causales o vinculan los hechos a contextos más amplios, a no ser por el latiguillo de la violencia social, la crisis económica, la crisis de valores o la inseguridad.
En los ‘90, en cambio, la retórica legitimada de la pasión es la marca que distingue al verdadero hincha de fútbol, y es a la vez el único rasgo que puede garantizar su supervivencia, que desde la década anterior, se hallaba estado de descomposición. Como señala Archetti (2003), el lenguaje de la moralidad es el de las emociones; un discurso sentimental. Esta retórica de los afectos dominada por la pasión está vinculada a colectivos menores que el “pueblo”: el barrio. Así, dicha pasión se manifiesta en relación con unos colores, es decir, con un club determinado, y no ya con un fútbol nacional. Puede aparecer, por ejemplo, un “pueblo” de River, un “pueblo” de Boca, otro de Gimnasia:
Estamos ante un momento de colectivos fragmentarios, de celebración de las tribus locales, que son a su vez sostenidas por una pasión legítima, porque las afiliaciones afectivas han pasado a ser buenas. Y la hinchada de Boca es catalogada como clímax de ese contrato pasional. Ser de Boca, a pesar de los estigmas racistas o precisamente por eso, es una marca máxima de la inversión en amor, corazón y aguante. Ser de Boca es ser popular, lo que ya no es malo, sino que se transforma en una distinción invertida. (Alabarces, 2012: 97-98)
En síntesis, en la historia de la invención del hincha en la prensa periódica (y otros textos) se destacan dos momentos: en el primero, se establecen discursivamente relaciones entre esos hinchas y la nación a la que ese significante refiere y se refiere; y en el segundo, los hinchas son básicamente barriales.
Por su parte, la televisión también ha contribuido en la construcción de un hincha estereotipado y, en consecuencia, televisado y televisable. El trabajo realizado por Daniel Salerno (6) vinculado a las representaciones de los hinchas y la violencia por parte del programa “El Aguante” (7) evidencia los diversos aspectos que integran una presunta idiosincrasia del hincha, donde los atributos más destacados eran los cánticos y la exhibición de banderas. El mismo no solo describía, sino que a la vez prescribía: para aparecer en pantalla se debía ser un hincha modelo como lo exigía el programa.

(6) Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA) y Doctor en Ciencias Sociales (UBA).
(7) Fue transmitido por TyC Sports desde 1997 hasta 2008, bajo la conducción de Martín Souto y Pablo González. El programa se basaba principalmente en mostrar diferentes hinchadas del fútbol argentino y “lo que era ser hincha de fútbol”. En 2008, el canal se suma a una campaña contra la violencia, lo cual no favorece a “El Aguante” que en poco tiempo tendría su última emisión en la cual se aclara que el programa sería levantado del aire ya que incentivaba a la violencia en las tribunas. En este sentido, el ciclo recibía críticas constantes debido a la entidad otorgada a las barrabravas.

También aparecía la cláusula del humor. En el programa afloraban los calificativos racistas, homofóbicos, xenófobos, las amenazas y las referencias a consumos de drogas ilegales, que son utilizados alternadamente por los hinchas como valoraciones positivas propias y apreciaciones negativas de los rivales. Aquí surgía la cláusula del humor, que consistía en suspender el sentido de lo que se presentaba en pantalla para asignarle nuevos significados: tanto los cánticos como las palabras de los entrevistados quedaban reducidos a chistes, meros juegos lúdicos con que los hinchas alimentan su rivalidad simbólica y los calificativos racistas formaban parte de ese juego “sin consecuencias” Es decir, el enfrentamiento entre hinchas rivales desembocaba en “jugar a las amenazas”.
Esta centralidad de la identidad futbolística es recuperada por los medios y la narración periodística. Actualmente los hinchas agigantan su protagonismo en el relato, en la televisación de sus carnavales o en la descripción de sus acciones. Las publicidades muestran constantemente situaciones donde ser hincha no es solo legítimo, sino la única posibilidad, “aunque los hinchas puestos en escena sean miembros de una clase media que en otros tiempos reservaba el aguante a la vida privada, al tiempo de ocio. El fenómeno es contemporáneo a la aparición en otros países de las narrativas ficcionales o biográficas orientadas hacia los hinchas” (Alabarces, 2012, p. 91).
No obstante, las narrativas mediáticas no son suficientes pero sí parciales al momento de definir qué o quién es un hincha. Para un lograr un acercamiento más acabado, nos remitimos a los testimonios de los propios hinchas, que hasta aquí, no han tenido voz y porque “la hinchada no representa una horda salvaje, sino un orden social estructurado de acuerdo con reglas precisas que sus integrantes debe respetar” (Archetti, 1985, p. 88-89). No podremos comprender aquello que estamos intentando describir sin escuchar la interpretación de los propios sujetos sobre sus acciones. Esto no implica tomar sus testimonios como verdades reveladas, pero sí partir de la comprobación por la cual en estos años no se intentó o no existió un interés genuino por entender las prácticas de los hinchas –entre ellas, la violencia– tomando en cuenta su propia perspectiva. Sin esa óptica “toda interpretación es imposible, porque prescinde de una fuente fundamental: aquellos que desarrollan las acciones que luego deben ser interpretadas” (Alabarces, 2012, p. 65).
Comencemos con la palabra de un histórico denominado barrabrava de Boca, José Barrita (8), popularmente conocido con el alias de El abuelo:

(8) En 1981, José Barrita, alias El abuelo (por su color de cabello), capturó el liderazgo de la barra de Boca Juniors, conocida como La 12. Nacido en Italia pero criado en el barrio porteño de La Boca, incorporó a muchos hinchas a la barra, creciendo exponencialmente el número de sus integrantes. Durante este período se amplían las fuentes de financiación de la misma. A las rifas entre socios y los aportes de los dirigentes, se suma la recaudación por el estacionamiento de autos en las calles adyacentes al estadio los días de partido en La Bombonera. Además, algunos miembros famosos de La 12 comienzan a ser contratados como personal del club, ejerciendo diferentes oficios. Durante sus primeros años al mando de la barra, Barrita encabezó violentos enfrentamientos con parcialidades de otros clubes, dejando como saldo 5 muertos y un centenar de heridos. En 1994, en una emboscada a unos hinchas de River, asesinan a dos seguidores del club Millonario, hecho por el cual que varios barras de Boca fueron condenados a prisión. Tiempo después, Barrita fallece, aparentemente atribuida a una neumonía, aunque su muerte nunca fue esclarecida.

Para mí la palabra justa es la hinchada… las hinchadas. No es hablar de las barras bravas, ese es un mote creado por los malos periodistas. Con esa expresión ceban a las mentes, las llevan hacia otro lado, las llevan a decir barra brava, por ejemplo. […] Después acá apareció esa figura, pero para el folclore del fútbol barra brava es la hinchada. Porque las hinchadas del fútbol argentino son pasión, entrega, amor a la camiseta. Esto es como dijo Discépolo: “Un club sin hinchada es un club sin alma”. Y lo más importante es eso de ponerle música al estadio, bombos, cánticos. Prohíben los bombos sin darse cuenta que justamente le ponen música al estadio. (Alabarces, 2012, p. 63-64)
Barrita señala dos cuestiones importantes: en primer lugar, le atribuye a una parte del periodismo (los “malos periodistas”) un mal empleo del término “hincha”, reemplazándolo por el de “barrabrava”: los medios de comunicación son los creadores del mismo. Es decir, Barrita se percibía como miembro de la hinchada, no un barrabrava. En segundo lugar, folcloriza en una suerte de mimetización entre barra brava e hinchada. Por último, recupera lo carnavalesco –“ponerle música al estadio con bombos y cánticos”– en el fútbol, apelando la retórica legitimada de la pasión arraigada en los ’90 como marca que distingue al verdadero hincha de fútbol y único rasgo que puede garantizar su supervivencia.
Por su parte, Fernando (32), socio, hincha y miembro de la filial “Javier Saviola” de Berazategui deja entrever algunas precisiones más al respecto:
“No es lo mismo un hincha que un socio, como tampoco un barra que alguien que no lo es. En un estadio te das cuenta enseguida de eso. Nosotros (los miembros de la filial) somos primero hinchas y después socios. Te explico esto porque hay un porcentaje de personas, por supuesto menor, que es socio del club para practicar algún deporte y no necesariamente le gusta el fútbol. Entonces no podés decir que esos son hinchas. […] Hinchas somos los que venimos a ver a River siempre. Ojo, también el que lo sigue desde su casa con el televisor, porque River tiene hinchas en todo el país […] eso no los hace más o menos pasionales”.
Nuestro entrevistado señala una diferenciación entre “hincha”, “socio” y “barrabrava”. Es decir, un carnet no le otorgaría a una persona el rótulo de hincha, sino que ello supone una serie de comportamientos y sentimientos compartidos con un colectivo mayor: “un hincha es el que siempre está”. Por otra parte, podría establecerse una diferenciación con el barrabrava, cuya relación con el club se halla construido en un interés económico, ya que refiere a “el que está bancado por el club, el que vive de los favores del club, al que le pagan micro, las entradas y le dan plata. […] Si vivís del club, sos barrabrava y el club no te interesa nada. […] La hinchada son los pibes, los que van al frente, siguen al club a todas partes, no importa si te pagan el micro o no” (testimonio recogido de Alabarces, 2012, pp. 92-93). Su interés está en su propia historia, es decir, el personal. Desaparece en esta definición el contrato emocional con el club y “los colores”, para ser resumida por un contrato económico.
Recorriendo el hall central del estadio, Raúl (46), socio, hincha y miembro de la filial “Norberto Alonso” de Baradero comparte una definición similar de lo que es ser hincha, y particularmente, cómo es el hincha de River:
El hincha, por sobre todas las cosas, es fiel. Esa fidelidad o amor solamente se experimenta cuando estás, bancás y alentás siempre. No importa el calor, el frío o la lluvia. Lo que tiene el hincha de River es que históricamente tuvo paladar negro (exigente) con el fútbol que despliega. Este club se destaca por haber tenido jugadores de elite (refiriéndose al nivel deportivo) y nos fuimos acostumbrando al buen juego. Entonces, cuando tenés una mala racha, hay gente que deja de venir al estadio. […] Creo que esos no son hinchas de River, son resultadistas y exitistas. Es más, me arriesgo a decir que el descenso nos cambió la cabeza a más de uno. Haber padecido ese año en la B marcó un quiebre en todo sentido, más allá de las gastadas de los bosteros. Todos reflexionamos y valoramos un poquito más lo importante que es venir al Monumental o seguirlo a donde juegue. El descenso nos hizo más hinchas.
Aquí, se valora y reitera la idea de superar las adversidades coyunturales (el factor climático, las distancias) como aspecto primordial para alcanzar la categoría hincha. A su vez, observamos que, según el entrevistado, un resultado deportivo histórico (9) impactó en los cánones del riverplatense, otorgándole una consideración mayor al rol del hincha y su constitución como tal.

(9) El 26 de junio de 2011, River Plate desciende a la Primera B Nacional, segunda categoría del fútbol profesional. Logró nuevamente el ascenso el 23 de junio de 2012.

No obstante, también encontramos una mirada más romántica en torno a la constitución del hincha que no se limita a lo estrictamente pasional. Alfredo (78) es socio vitalicio y nos habla de un estilo o sello de juego:
Ser hincha de River significa ser amante del “buen fútbol”, ese que le gusta a todos, que gana, gusta y golea (observamos una bandera con esa inscripción –Ganar, gustar y golear– en la tribuna “Gral. San Martín Alta”). […] Históricamente somos el club que más campeonatos logró en el país, armando equipos ofensivos con jugadores de una técnica exquisita y juego limpio. Te puedo asegurar que vi a los mejores en esta cancha. […] Ser hincha de River es tener ese paladar, que disfruta del despliegue vistoso […], casi único y es el ADN riverplatense, una marca registrada. […]. Si mirás las tapas de El Gráfico o cualquier otra revista deportiva te vas a encontrar con esa marca. […] Independiente también se caracterizó por ese estilo en otras décadas. Al que no le gusta entonces no es hincha de River y tampoco sabe apreciar el buen fútbol.
Aquí se evidencian una serie de requisitos o características que debería reunir todo aquel que se considere hincha de River. Hay una percepción del “buen fútbol” vinculado a la estrategia ofensiva de juego y futbolistas dotados de una elevada técnica: todo este conjunto da lugar al “ADN riverplatense” que menciona Alfredo, una marca registrada tanto para los rivales como para los medios de comunicación. En este sentido, se detectan aspectos inherentes o “esenciales” en la construcción y configuración socio-cultural del hincha.
Otros testimonios recolectados (10) refieren a la cuestión física o biológica, a partir de expresiones como “si sos hincha de River lo llevás en la piel” (un joven muestra su antebrazo tatuado con el escudo del club) o “a River lo llevás en la sangre”. Los tatuajes alusivos a elementos identitarios como el escudo, el estadio o grandes ídolos del club son moneda corriente.

(10) Testimonios correspondientes a simpatizantes en las inmediaciones del estadio el 23 de marzo de 2014 en la previa del partido disputado entre River Plate (2) y Lanús (0) en el marco de la novena fecha del Torneo Final 2014.

Podemos inferir que vivimos rodeados de “fútbol espectáculo”, donde algunos viven de él y muchos más vivimos en él: “vivimos verbalizándolo, hablando de él y sus avatares” (Antezana, 2003). Cuando decimos “algunos” nos referimos a los denominados barrabravas, quienes a raíz de las voces de nuestros entrevistados e investigaciones académicas, poseen un atributo extra: el aguante. La distinción de estos sujetos no radica solamente en las relaciones e intereses personales, económicos y políticos que sostienen con el club, sino en su capacidad de aguantar, la cual se nutre de una serie de características propias.

2.2. El aguante y el otro: uso (i)legítimo de la violencia

Las identidades se construyen no solo en oposición a otro, sino también dentro de un cierto número finito de opciones posibles, lo cual reclama atención sobre “una multiplicidad de voces y posiciones sociales que permiten, por ejemplo, que la explicación de una diferencia étnica pueda ser descripta a través de denominaciones culturales” (Green, 1995, pp. 165-186).
Todo nosotros convoca a en ellos ausente y fantasmagórico. Implica, entonces, la existencia de una tensión dialéctica entre una dimensión subjetiva y otra objetiva, ya que “la identidad es algo sobre lo cual se disputa y con lo cual se proponen estrategias, es a la vez medio y fin de la política. No solo está en cuestión la clasificación de los individuos, sino también la clasificación de las poblaciones” (Jenkins, 1996, p. 25).
De esta manera, podemos establecer que sin ese rival es el enfrentamiento el que no existe, y con él “el juego de identificaciones que le da sentido” (Ferreiro, 2003: 62). En la actualidad estamos en presencia del fútbol espectáculo, en el cual es necesario destacar que allí los espectadores son también actores. Como afirma Antezana, “el fútbol espectáculo sucede dentro y fuera de la cancha. Mediando la verbalización performativa, ese espectáculo es prácticamente ininterrumpido y, sin duda, multifacético” (2003, pp. 87-88). El espectáculo del fútbol sucede, también, violentamente. El propio Antezana reconoce una diferenciación en los públicos o actores que asisten a los estadios: “Hay actores altamente especializados en esa parte del juego: las barras bravas, por ejemplo y, por supuesto, las fuerzas públicas del orden” (2003, p. 88).
La coparticipación de los actores radicaría en el carácter democrático del juego, en el sentido que cualquiera, independientemente de sus determinaciones sociales de origen, puede acceder, a través del fútbol, a la riqueza económica, en fin, al reconocimiento afín a los ámbitos sociales del poder o poderes vigentes. Como precisa Bromberger, recogiendo las propuestas de Ehrenberg (1992):
La popularidad de los deportes radica, en gran medida, en su capacidad de encarnar el ideal de las sociedades democráticas, mostrándonos, por medios de sus héroes que, “sin importar quién, puede convertirse en alguien”, que los status no se adquieren desde el nacimiento sino que se conquistan a lo largo de su existencia. (Bromberger, 1998, pp. 30-31)
En el fútbol podemos reconocer tanto identidades culturales particulares como metaidentidades. Quizás algo de lo que ahí sucede podría, si no extrapolarse, por lo menos aproximarse al debate mencionado. Existe cierto consenso en la actualidad en asumir las identidades no como atributos esenciales o transhistóricas, sino como un sistema de relaciones y representaciones. En tal medida, la identidad es procesual y dialógica: es decir, se construye y reconstruye en la praxis social a partir de la relación de alteridad que una entidad social definida tiene con otras entidades análogas, oposición que “por lo general se da en torno a recursos tanto materiales como simbólicos que son necesarios para la existencia y continuidad sociocultural de los involucrados” (Almeida, 1997, p. 175).
Al mismo tiempo, el fútbol expresa, condensa, visibiliza y acentúa las diferencias y los antagonismos regionales o barriales. En el caso River-Boca, hemos observado una dualidad-rivalidad que emerge en la geografía del Río de La Plata, donde el curso de la construcción identitaria de cada uno respondió a diversos contextos sociales, políticos, económicos y culturales:
Las regiones, más que un mero reflejo de estructuras geográficas y económicas, son construcciones de agentes sociales históricamente determinadas. En otras palabras, se trata de proyectos políticos colectivos, más o menos desarrollados según el caso, en los que determinaciones objetivas vienen procesadas en función del acervo cultural del grupo y de las circunstancias históricas concretas que le circulan. (Maiguashca, 1983, p. 181)
Las regiones, por ende, no son algo dado que persiste inmutable e invariable con el paso del tiempo: por el contrario, son producto de todo un constructo histórico particular dado en un espacio geográfico determinado, que hace que se diferencien las unas de las otras. La región es una comunidad imaginada e imaginaria como lo es la “nación” en términos de Anderson (1993), aunque puede afirmarse que en virtud de su escala geográfica y de la mayor visibilidad de su substrato territorial, “la región está más próxima a los intercambios sociales de base y, por lo tanto, es menos anónima y menos imaginada que esta última” (Giménez, 1999, p. 4).
Desde el punto de vista sociocultural, el fútbol es una práctica festiva que generadora de procesos de identidad y mecanismos de reconocimiento. Debemos entenderlo desde una lógica simbólica, “como catalizador de identidades sociales, regionales, nacionales y continentales” (Ramírez Gallegos, 2003, p. 107). Las identidades futbolísticas se articulan hoy en términos tribales, y que esta articulación se pone de manifiesto en las hinchadas, en relación con un territorio atomizado. Según Alabarces, este territorio se defiende a través de la práctica del aguante, donde el fútbol se construye como una arena propicia en la cual se puede, a través de las acciones violentas, probar la masculinidad.
Archetti (1985) sostiene que los simpatizantes argentinos son actores del espectáculo futbolístico, que a través de su acción no solo ponen en juego el prestigio del club sino también la masculinidad de los participantes. Para este autor, el fútbol argentino es un espacio estrictamente masculino, donde los hombres y los proyectos de hombres, adolescentes y niños, tratan de construir un orden y un mundo varonil. Esta construcción de órdenes se transforma en discusiones morales, estableciendo fronteras entre lo permitido y lo prohibido, entre atributos positivos y negativos de lo que idealmente se define como masculino; discursos morales que constituyen prácticas distintivas.
La violencia puede ser interpretada, entonces, como “una construcción cultural que tiene distintas fisonomías según las prácticas y representaciones que la nutren de significación” (Nordstrom y Robben, 1995), una acción con igual sentido que otras acciones sociales. De esta forma, la práctica violenta es socialmente construida según los parámetros culturales de sus practicantes. La fisonomía de la violencia en el fútbol toma distintos matices según los países en donde los hechos se producen: “en el caso argentino posee sus características propias, diferentes y distintivas de las particularidades que el mismo fenómeno tiene en el resto del mundo” (Garriga Zucal, 2006, pp. 40-41).
Siguiendo esta idea, los miembros de la barra brava conciben al aguante como el principal bien simbólico que se disputa en el contexto del fútbol. Ese capital simbólico permite distinguir entre el hombre y no-hombre, según quién lo posee:
Una barra brava, vista desde la óptica de los propios hinchas militantes o activos, se define por una relación económica o política (o ambas a la vez) que mantiene orgánicamente con el club o con parte de sus dirigentes. […]. Es un grupo de actores, identificados a sí mismos como hinchas fanáticos del club, pero que son clasificados por el resto de los hinchas –y por los dirigentes deportivos, políticos y policiales que contratan sus servicios– como una forma de relación instrumental con lo futbolístico, en tanto el objetivo central es un interés particular y económico”. (Alabarces, 2012, p. 66).
Esto último confirma lo que señalábamos anteriormente respecto a quiénes son y cuya principal característica es que no son hinchas auténticos o verdaderos. En los clubes existe un núcleo duro, militante, que organiza las actividades tanto dentro como fuera del estadio. También los espacios, los viajes, la confección de banderas, etc. Pero existe un objetivo de mayor envergadura, transversal a todas estas: la participación política en la vida institucional del club.
Todo esto se establece alrededor del núcleo afectivo, es decir, el amor por el equipo, el club, los colores/el barrio.; este núcleo ejercita un nivel mayor de violencia en sus enfrentamientos con hinchadas adversarias, la policía o los mismos compañeros de tribuna. A este grupo lo llamaremos barras. (Alabarces, 2012, p. 67)
Del trabajo de campo realizado se desprenden caracterizaciones o definiciones que se corresponden con esta última, aportando además la calidad de socios de muchos de ellos y la histórica complicidad con los directivos:
Acá se sabe que Los Borrachos del Tablón (11) como el resto de los demás barras son socios del club. Por eso te decía que socio puede ser cualquiera, pero hinchas no. Esos tipos no son hinchas, son mercenarios que se llenan los bolsillos apretando y a costillas del club. ¿Cómo se puede explicar que tipos involucrados en cuanto incidente haya no les retiren los carnets o sean expulsados? Connivencia y complicidad con los dirigentes de turno, la policía y la justicia. No solo por los incidentes que salen en la radio o la televisión, sino los que no se conocen también. Yo estuve el día de la batalla de los quinchos (12) y fue una locura. Fue terrible, una salvajada, te dabas cuenta que la gente quedó muy asustada porque el movimiento de personas bajó demasiado a partir de ese momento.

(11) Es el nombre con el que se conoce a la barra brava de River Plate. Desde 2008, el liderazgo es compartido por Eduardo Joe Ferreyra, Héctor Caverna Godoy y Martín de Ramos Araujo. El primero destinado a cuestiones políticas, los otros dos ejecutantes del poder en la tribuna. Por otra parte, la facción de la Banda del Oeste, la cual se halla integrada por unos 250 barras que fueron desplazados de la hinchada tras el asesinato de Gonzalo Acro (9 de agosto de 2007). También formaron parte de la barra oficial en los ‘90 y concentraron un importante poderío en el primer lustro de los 2000. En 2014 lograron el apoyo de Los Patovicas de Hurlingham, un grupo liderado por Darío Velardez, alias Toti y jefe de la barra de Sportivo Italiano. Ver: <www.infobae.com/2014/11/26/1611209-river-quien-es-quien-la-barra>. Consultado el 22 de enero de 2016.
(12) El primer hecho que desató una interna feroz de Los Borrachos del Tablón fue lo que se conoció como “La batalla de los quinchos”. Ese episodio expuso la grieta que se había producido entre los hasta ese entonces líderes, Alan Schlenker y Adrián Rousseau, después del Mundial de Alemania 2006 y cuya pelea se habría originado en el reparto de dinero. El 11 de febrero de 2007, River recibía a Lanús la primera fecha del Clausura de aquel año. En la previa, en los quinchos del club, mientras las familias almorzaban, se produjo un grave enfrentamiento que dejó un saldo de un herido de bala y tres más de arma blanca. Esa causa prescribió en la Justicia en 2013. Ver: < http://www.clarin.com/deportes/futbol/river-plate/barra-brava-River-historia-sangre-muerte_0_1255674589.html>. Consultado el 22 de enero de 2016.

A priori, se establecería un entramado de relaciones que exceden lo estrictamente deportivo o pasional si cabe el término. Esta semblanza del barrabrava se encuentra dotada y articulada en un comportamiento violento que se exhibe, según Alabarces, como capital simbólico fundamental. Es decir, la violencia es un componente central que a partir de la ética del aguante implica un uso legítimo de la misma.

Dime a qué tribuna vas y te diré qué clase de hincha eres

Del mismo modo, dicha lógica permitiría observar cómo se organiza o esquematiza una grada de un estadio de fútbol, en otras palabras, reproducir la distribución espacial en la tribuna popular:
En los clubes donde existe una barra, esta ocupa el centro espacial y simbólico. Toda práctica en el estadio debe contar con su organización y autorización. […] Una barra siempre está rodeada por un segundo núcleo militante, seguidor, fanático, organizado puramente en torno de las relaciones afectivas. Es lo que llamamos hinchas militantes, un término nuestro y no aceptado por ellos. Estos hinchas se organizan en uno o más grupos, usualmente identificados por banderas particulares que remiten a un barrio o simplemente a un nombre de fantasía. Estos grupos rechazan vinculaciones económicas, aunque jamás despreciarían un micro gratis. Otra de las diferencias es que usan armas de fuego ocasionalmente. Y finalmente, en la periferia espacial y simbólica, está el resto de los espectadores. En este sector hay de todo. […] Todos ellos, casi al unísono, están convencidos de que la violencia es una barbaridad, cosa de drogadictos y borrachos, salvo cuando la protagonista central es su propia hinchada” (Alabarces, 2012, p. 69).
Algunas cuestiones a destacar. Los Borrachos del Tablón poseen emblemas y banderas que permiten identificarlos durante los partidos de River Plate, en particular una que luce la inscripción de la barra con el territorio de las Islas Malvinas en el centro (esto será materia de análisis discursivo en el siguiente capítulo) y generalmente se ubica en la “Sivori Alta” (debajo de la pantalla del estadio), sobre la Av. Leopoldo Lugones.
Sin embargo, encontramos ciertas fisuras o incongruencias en esta preliminar clasificación espacial hincha/tribuna propuesta por Alabarces. En cuanto a la distribución de las “banderas particulares que remiten a un barrio o simplemente a un nombre de fantasía”, estas se ubican en todos los sectores del estadio, no son exclusivas a las proximidades del sector de la barra. En las demás ubicaciones, es decir, “Gral. San Martín”, “Centenario” y “Gral. Belgrano” (tanto en plateas como populares) también se exhiben aquellas que hacen referencia a barrios, localidades o bandas. En la tribuna “Sívori”, por ejemplo, es habitual u observar “San Justo”, “Garín”, “Florencio Varela”, “Floresta”, “Villa Elisa”, “Haedo” y “Retiro”, entre otras (Imagen 1). En el caso de la tribuna “Centenario” ocurre algo similar con banderas de otras localidades y peñas: “Mataderos”, “Villa Crespo”, “Rafael Calzada” o la peña “Ariel Ortega” (Imagen 2). Por último, en el sector “Gral. San Martín”: “Villa Fiorito”, “Solano”, “Ramos Mejía” o “Morón” (Imagen 3).
La siguiente infografía indica el emplazamiento del estadio como también la distribución de los distintos sectores con sus respectivas cabeceras y ubicaciones.

Si nos remitimos a las imágenes, en función de la disposición espacial que presupone el autor respecto a los denominados “hinchas militantes” y los demás actores, se desprenden dos posibilidades: la primera, que los hinchas militantes se ubican en todas las tribunas y no solamente en proximidad a la barrabrava. En este caso, la barra ocuparía todas las gradas por igual, contrastando con la distribución de público planteada en el esquema de Alabarces, por la cual esta se encuentra en el sector principal y más visible (o el corazón del mismo), que suele ser la popular. Si se observa la Imagen I, no se halla ninguna bandera cercana al perímetro ocupado por Los Borrachos del Tablón en la zona de la “Sívori Alta”; todo lo contrario, solamente el paño que hace referencia a ese grupo radical. La segunda, que los hinchas que asisten con banderas –o al menos no todos– son hinchas militantes en los términos que expone el autor, sino que estas cumplen una función representativa barrial o regional. En este sentido, sus miembros tampoco reconocen haber tenido contacto directo alguno con los miembros de la barra:
Las banderas de la filial nos identifican a nosotros como miembros de un colectivo o grupo más grande que es River como club. Si te fijas, la mayoría son de localidades de la provincia de Buenos Aires tienen su presencia en el estadio. Nuestra filial jamás tuvo contacto con algún barra, de hecho venimos a los partidos en combis propias o coches particulares. Nunca nos subimos a un micro pago porque tampoco podríamos si así lo quisiéramos. Ese tipo de transporte es exclusivo de ellos que se movilizan de esa manera.
Natalia (29) forma parte de la filial “Norberto Alonso” de Baradero y su testimonio es opuesto a la dirección esgrimida por Alabarces: las banderas que refieren a localidades o barrios poseen un doble carácter representativo o de pertenencia, es decir el club (River) y su región de origen (Baradero). No es la única en señalar esta cuestión, ya que su compañero Héctor (41) concuerda con ella y expresa qué lugar y rol ocupan las filiales en la identidad del club, como también en el marco de un partido:
No sé a qué es un “hincha militante”. Hace más de veinte años que vengo a esta cancha y la diferenciación fue y seguirá siendo la misma: los barras, los socios de Capital (Federal) que tienen el estadio a mano, los que venimos de Provincia y los que vienen de vez en cuando o el equipo está haciendo una buena campaña. […] La barrabrava siempre ocupó el mismo lugar, en la cabecera de allá (señala el sector de la “Sívori Alta”), como quien dice, sin pedir permiso […] se lo apropiaron. […] Las peñas o filiales traen sus banderas como una forma de decir “acá estamos”, “Baradero es de River y está presente”. […] No tenemos nada que ver con Los Borrachos del Tablón, ni antes ni ahora. Ellos se movilizan con sus micros pagos, igual que los viajes al interior, todo bancado por la dirigencia. Esto pasó con (Alfredo) Davicce, (David) Pintado, el innombrable (José María Aguilar), el otro innombrable (Daniel Passarella) y ahora con (Rodolfo) D´Onofrio. Nosotros (las filiales) lo hacemos por medios propios. Además, traemos a muchos chicos y personas que por primera vez pueden ver a River y a sus ídolos que no sea por televisión. Es lindo poder ver que tu bandera sale en la foto de un diario o en algún noticiero, y mejor todavía, que un jugador del equipo sea oriundo de tu ciudad.
Estos relatos echan por tierra la precisión cartográfica del mapa hincha/tribuna que sostiene Alabarces. No existe correspondencia entre los hinchas militantes caracterizados por el autor y la portación de banderas. Tantos estas como sus propietarios no poseen vinculación alguna ni con Los Borrachos del Tablón ni otros grupos disidentes de la barra. Hasta aquí, la única diferencia posible de establecer es, por un lado, los auténticos, aquellos que expresan una filiación sentimental genuina e impoluta con el club y “reprochan el interés económico” (Alabarces, 2012, p. 70), y por el otro, los barras, sujetos que lucran con los recursos económicos y materiales del club, anteponiendo sus aspiraciones personales a lo afectivo.

2.3. Algunos tienen aguante, ¿los demás “miran e imitan”?

Entender la lógica de la violencia en el fútbol y sus antecedentes históricos a partir de diversos hechos significativos (en nuestro país y Gran Bretaña) es el punto de partida para comprender más acabadamente un fenómeno más amplio: la construcción de identidades futboleras y la implicancia de la violencia.
Uno de los aspectos centrales de esta tesis ha sido problematizar y analizar los modos en que se desarrolla dicho proceso que, por supuesto, no es unidireccional y se halla atravesado por subjetividades y disputas múltiples. En dicho recorrido y, más precisamente, la búsqueda de comprender los comportamientos de los sujetos que asisten al estadio de River nos topamos con la ética del aguante propuesta por Alabarces, según la cual “el aguante organiza todas las prácticas. No es solo una cuestión de los barras, sino también los hinchas/no barras y espectadores pacíficos, que eufóricamente cantan ‘esta es la hinchada que tiene más aguante’, orgullosos de su pertenencia a un colectivo masculino, macho y agresivo. Se la banca porque tiene aguante” (2012, p. 71).
Anteriormente observábamos las incongruencias que presenta el esquema que esta teoría plantea respecto al esquema o disposición de público en los distintos sectores del estadio. Si bien la barrabrava ocupa la cabecera con mayor visibilidad, la clasificación no coincide con el resto de los actores, por ejemplo, los denominados “hinchas militantes” y sus características.
A su vez, la ética del aguante “está organizada como un sistema básicamente moral […] que posee unas retóricas, es decir, un vocabulario y un lenguaje que nos permite comprenderla” (Alabarces, 2014, p. 157). Si recordamos el asesinato de Raúl Martínez a manos de hinchas de Quilmes en 1983, el “aguante” es un término surgido y que se enmarca en los ’80:
Aguantar remite a ser soporte, a apoyar. También a ser solidario. De allí que aparezca inicialmente la idea de hacer el aguante. La expresión aludía al apoyo que grupos periféricos o hinchadas amigas brindaban en enfrentamientos. En la cultura futbolística de los últimos diez años, esta noción comenzó a cargarse de significados muy duros, decididamente vinculados con la puesta en acción del cuerpo. (Alabarces, 2012, p. 72)
Aguantar, entonces, contempla un rol fundamental de la corporalidad, ya que se trata ni más ni menos de “poner el cuerpo”. Pero este acto implica, asimismo, una cuota de violencia física. No se aguanta si no aparece el cuerpo como protagonista, soportando un daño, sean golpes, heridas o, más simplemente, resfríos. Insolaciones, etc. Esta lógica de la práctica consiste en un universo moral según el cual defender el honor, la tradición, el territorio y los colores del club es tarea de machos que debe ser ejecutada con el cuerpo a partir de una serie de prácticas especialmente violentas: el combate o la pelea. El aguante es una forma de nombrar el código de honor que organiza al colectivo hinchada y muchas de sus prácticas. La defensa del honor implica el combate, el duelo o la venganza. El aguante se orienta fundamentalmente hacia el otro, es decir, se exhibe frente al otro, y compite con él para ver quién tiene más aguante
El aguante se transforma así, en los últimos años, en una retórica, una estética y una ética. Es una retórica porque se estructura como lenguaje, como una serie de metáforas, y refiere a una estética porque se explica como una forma de belleza plebeya, basada en un tipo de cuerpos radicalmente distintos a los hegemónicos y aceptados.
No se trata del tipo de cuerpos que aparecen en la televisión o en la tapa de revista Caras: son cuerpos robustos, grandotes, donde las cicatrices son emblemas y orgullo. Una estética que tiene mucho que ver también con lo carnavalesco, despliegue de disfraces, pinturas, banderas y hasta fuegos artificiales. Y es una ética porque el aguante es ante todo una categoría moral, una manera de entender el mundo, de dividirlo entre amigos y enemigos, cuya diferencia puede saldarse con la muerte. Una ética, en resumen, donde la violencia no está pensada sino recomendada. (Alabarces, 2012, p. 73)
Los cuerpos masculinos caracterizados por esta teoría enfatizan en un estereotipo no hegemónico y sus propiedades correspondientes:
El modelo del gordo es entre los hinchas un modelo legítimo, ya que estos tienen más aguante. […] Esa estética aguantadora exige que los cuerpos masculinos también ostentes cicatrices y marcas. Así testimonian la participación en los combates y, en consecuencia, la masculinidad legítima de los luchadores. […] Además, la lucha debe ser mano a mano, cuerpo a cuerpo, sin mediaciones. […] Aguantar también se traduce en cuerpos resistentes que soportan el consumo de alcohol y drogas. (Alabarces, 2012, p. 76-77)
De esta manera, nos encontramos frente una cultura organizada que le otorga sentido y legitimidad a las prácticas violentas. Ello conlleva a problematizar integralmente la violencia en todas sus dimensiones e implicancias:
–La violencia es cotidianeidad. Se da en un marco de la vida cotidiana y, a la vez, como un dato permanente y siempre visible. Se observa también desde el nivel macro, el que se estructura dentro de las relaciones sociales.
–La violencia es adrenalina. Es pura droga, es alteración de un orden que se rechaza porque no se percibe ningún beneficio. Es pura excitación y puro deseo; y el practicante se vuelve adicto.
–La violencia es construcción de colectivos. El contacto corporal crece como garantía de existencia grupal.
–La violencia es construcción de poder y, en suma, permite acumularlo y ejercerlo con más fuerza.
–La violencia es “legítima”. Esto no significa legal, sino que cuenta con consensos.
–La violencia como visibilidad. Se hace visible ante el resto de la sociedad, ante aquellos que califican los hinchas de inadaptados, ante aquellos que los excluyen.
En síntesis, según esta ética la violencia es eficaz, consigue todos sus objetivos, permite acumular poder, garantiza visibilidad, permite construir colectivos. Es útil, funcional y racional. La violencia no significa ninguna irracionalidad, por el contrario, es racional, previsible y planificada; y es, por lo tanto, explicable y evitable que posee aristas políticas.
De este modo, la violencia implica un reclamo. Expresa en cada aguante y enfrentamiento, la presencia de aquello que fue excluido. En el desborde reclaman una nueva inclusión social. Desde ya que el concepto de exclusión supera el límite de los socioeconómico. Se trata de actores expulsados de la educación o del trabajo en otros casos, pero masivamente también son actores expulsados de un relato democrático que habla de una sociedad justa.
Además, la hinchada no puede dejar de tener aguante: “las hinchadas se perciben a sí mismas como el único custodio de la identidad, como le único actor que no produce ganancias económicas pero produce ganancias simbólicas y pasionales. […] Los hinchas solo pueden proponer la defensa de su beneficio de pasiones y de su producción de sentimientos puros” (Alabarces, 2012, p. 88-89).
El punto central es que la cultura futbolística argentina se ha transformado en un espacio en el que la violencia se vuelve un estilo, un modo de actuar, una forma de entender la vida y de marcar la relación con el mundo, y en donde una interpretación adecuada del tema tiene que colocar a la violencia, además, en una perspectiva histórica. Citando a Archetti, la cultura futbolística argentina ha sido una mixtura de elementos trágicos y cómicos, una oscilación entre lo violento y lo carnavalesco, donde los elementos cómicos habrían predominado en la época clásica del fútbol argentino, siendo progresivamente desplazados por los elementos trágicos en las últimas tres décadas.
Así, la violencia se presenta como una práctica que no puede ser rechazada, sino, por el contrario, es válida: se halla estrechamente relacionada con el honor e incluso resulta obligatoria. En otras palabras, algunos o unos pocos –los barras– resultan los propietarios del aguante. En el trabajo de campo realizado se detectaron algunos interrogantes en torno a esta situación: ¿es transversal a todos los hinchas? ¿Hasta qué punto la cultura del aguante logra explicar comportamientos y conductas de los públicos? ¿Podemos hablar de un dispositivo monolítico y homogeneizador? ¿Qué papel desempeña el habitus planteado por Pierre Bourdieu?

2.4. Viejitos sin aguante

La dimensión de lo popular se visibiliza en el campo futbolístico por ser un espacio transclasista, operado para las nuevas identidades y en las luchas desiguales (en términos de bienes materiales y simbólicos). Así, la cultura futbolística nacional actual sería el resultado de una transformación: el pasaje de una ética del juego como “cosa de caballeros” a otra entendida como “cosa de hombres”, es decir, la etapa actual. Más aún, si nos remitimos a la ética del aguante ya no se trataría de hombres, sino de machos, tan machos como “tener códigos y aguantar” (Alabarces, 2008). Esta ética implica una inversión de los valores como el respeto mutuo, la diversidad y la no discriminación, entre las personas.
A partir de las numerosas ocasiones que asistimos al estadio Antonio V. Liberti se reconoció un amplio espectro de hinchas. Establecer una clasificación fiel y precisa de los mismos según diversos factores –edad, género, ocupación, clase social, entre otros– hubiese requerido un mayor período de tiempo y trabajo en el campo. Sin embargo, la puesta en práctica de otra fórmula o criterio de evaluación arrojó resultados significativos. Básicamente, se agruparon según su vínculo formal/informal con el club: hinchas, socios, barrabravas y espectadores. Dentro del segundo grupo, se recolectó un conjunto de testimonios pertinentes relacionados a nuestras preguntas. Incluso, podemos hablar de un subgrupo dentro del ítem “socios”: los vitalicios.
Los relatos de Alfredo (78), Luis (78), César (76) y Ricardo (80), de ahora en adelante denominados los vitalicios (13), contrastan, o mejor dicho, se encuentran en las antípodas de la ética del aguante. Esta se ha ubicado en el centro de la escena en los estudios académicos ligados al eje fútbol-violencia. Sin embargo, ¿el aguante “gobierna” transversalmente los comportamientos de todos los públicos que asisten a los estadios de fútbol? ¿A caso es el único tipo de conducta posible?

(13) Con ellos compartí una larga conversación en la confitería del club, recorrimos el museo y el anillo central del estadio. Entre los cuatro suman más de doscientos años de socios.

De los diálogos mantenidos con “los vitalicios” se evidenciaron otros modos: había factores y aspectos relevantes que quedaban fuera de la idea de Alabarces en relación al aguante. Afirmaban una y otra vez que no se percibían como productores y reproductores de prácticas violentas y discriminatorias:
Vengo a ver a River desde la época de La Máquina (14). Casi siempre con mi padre o abuelo. La rivalidad con Boca existió y seguirá existiendo. Lo que noto, es que cambiaron los valores y maneras de sentir el fútbol. Jamás canté las barbaridades que se dicen ahora. Todas esas cosas vinieron con los atorrantes de ahí arriba (señala la tribuna y el espacio que ocupan Los Borrachos del Tablón). Ellos le hacen mucho daño al fútbol, a los hinchas. Golpean gente. […] En el mejor de los casos se pelean con la policía o entre ellos mismos, si no terminan matando a alguien.

(14) La Máquina es el apelativo de la formación de River Plate que logró ocho campeonatos en la década del 40: Primera División (1941), Copa Adrián C. Escobar (1941), Copa Doctor Carlos Ibarguren (1941), Copa Aldao (1941), Primera División (1942), Copa Doctor Carlos Ibarguren (1942), Primera División (1945) y Copa Aldao (1945). Fue considerado por la prensa especializada como el mejor equipo de su era y uno de los mejores en la historia del fútbol mundial. Particularmente, de aquel equipo se recuerda a la delantera, compuesta por Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Ángel Labruna y Félix Loustau (aunque también fueron asiduos titulares en distintas etapas Aristóbulo Deambrossi, Carlos Peucelle y Alberto Gallo). Fuente: sitio oficial Club Atlético River Plate. En línea: <www.cariverplate.com.ar/historia>. Consultado el 23 de enero de 2016.

Si bien las palabras de César revisten cierta linealidad, realiza una clara diferencia entre ellos/nosotros: ellos, los barras, los violentos, lo impuro o contaminante del fútbol; nosotros, hinchas verdaderos, respetuosos de la rivalidad. ¿Qué marca esa diferencia entre unos y otros? ¿No se reconocen todos hinchas de River? Evidentemente “los vitalicios” no se encuentran atravesados ni se autoperciben como integrantes de la cultura del aguante. La “hinchada” conforma una “comunidad” de pertenencia, que se define por ser los poseedores del “aguante”, los que pelean (Alabarces 2004; Garriga Zucal 2005; Garriga Zucal y Moreira 2003). Este bien simbólico los congrega y los diferencia. El verbo aguantar se vuelve sustantivo, construyendo así comunidades definidas por la práctica; los que tienen aguante y los que no lo tienen. Se establece así una diferencia entre los que disputan el aguante y los que no comparten esas formas de distinción. Entonces ¿”los vitalicios” no tienen aguante? ¿Esto los deja drásticamente fuera de la comunidad futbolística?
Este tipo de cultura se manifiesta como una concepción totalizadora, monolítica y generalizadora que no logra divisar otros públicos por fuera de los que aguantan. Considerarla una ley o normativa socio-cultural que rige el ámbito del fútbol resulta una postura sesgada que deja por fuera y deslinda de toda legitimidad a aquellos hinchas o públicos que no se reconocen como sujetos inmersos o atravesados por esa lógica.
Por alguna razón, nuestros entrevistados no se sienten parte del mismo colectivo que “los atorrantes de allá arriba”. En este sentido, el concepto de habitus de Pierre Bourdieu aporta una arista más a la problemática. Según el sociólogo francés, el habitus comprende al conjunto de esquemas generativos a partir de los cuales los sujetos perciben el mundo y actúan en él. Estos esquemas generativos generalmente se definen como “estructuras estructurantes estructuradas” (Bourdieu, 1980, p. 172); son socialmente estructuradas porque han sido conformados a lo largo de la historia de cada agente y suponen la incorporación de la estructura social, del campo concreto de relaciones sociales en el que el agente social se ha conformado como tal. Pero al mismo tiempo son estructurantes porque son las estructuras a partir de las cuales se producen los pensamientos, percepciones y acciones del agente. Dicha función estructuradora se sostiene sobre los procesos de diferenciación en cuanto a las condiciones y necesidades de cada clase. Esto hace que la eficacia preponderada de las prácticas culturales asumidas como propias respecto de las que no, actúe como tamiz (criterio de selección) de la cultura hegemónica (reconocimiento arbitrario, social e histórico de su valor en el campo de lo simbólico) ya que, según Bourdieu, la cultura importa como un asunto que no es ajeno a la economía ni a la política.
A partir de este concepto bourdiano, las estructuras estructurantes estructuradas se visibilizan categóricamente en las afirmaciones de Luis:
En mi casa nunca escuché una mala palabra o insulto. Si por algún motivo sucedía, no te puedo explicar el lío en el que me metía con mi padre. En la cancha esas cosas son moneda corriente, y cuando vengo con mis nietos Tomás y Franco les prohíbo que canten o repitan esas barbaridades. Veo muchos padres que vienen con sus hijos y no se dan cuentan que los chicos, sin darse cuenta, copian eso; lo malo del fútbol. La educación que tienen en la casa se ve acá los domingos. Los tiempos cambiaron y eso se nota.
La educación y la familia son dos palabras e instituciones que se reiteran en las narraciones de los entrevistados. Contrariamente, ninguna de ellas es tenida en cuenta o contemplada por el aguante. Retomando la idea de Bourdieu, una de las dimensiones fundamentales del habitus es su relación con las clases sociales y la reproducción social. Si el mismo es adquirido en una serie de condiciones materiales y sociales, y estas varían en función de la posición en el espacio social, se puede hablar de “habitus de clase”. Estos habitus de clase, a su vez, son sistemáticos: producidos en una serie de condiciones sociales y materiales de existencia –que no han de aprehenderse como suma de factores, sino como conjunto sistemático– unidas a una determinada posición social.
De esta manera, habría una serie de esquemas generadores de prácticas comunes a todos los individuos biológicos que son producto de las mismas condiciones objetivas. Ante la imposibilidad de segmentar o identificar quiénes serían los sujetos comprendidos en la cultura del aguante (aunque esta se halla orientada a universalizarlos), sí se puede identificar el “habitus de clase” de “los vitalicios”: socios vitalicios de River Plate, jubilados y profesionales, habitantes de Zona Norte del GBA (puntualmente Olivos y Vicente López) cuyas prácticas y discursos se enraízan en el respeto por el adversario y, principalmente, una marcada oposición socio-cultural respecto a los barras.

2.5. ¿No tienen aguante?

Recorriendo los pasillos del Monumental, fue una de las preguntas que realicé a “los vitalicios”: ¿qué significa para ustedes tener aguante? Los cuatro esbozaron respuestas similares entre sí pero dispares en relación a la definición o idea propuesta por Alabarces.
No sé bien qué quieren decir con eso del aguante. Imagino que a aguantarse las peleas y trompadas con las hinchadas de los demás clubes para poner a prueba quiénes son los más guapos. Nosotros somos hinchas, socios y nos une un sentimiento muy profundo con este club. A veces muchos socios empujados por el fervor cantan cosas que ni ellos creen que son capaces de hacer, como matar a alguien o pegarle a la policía. Se naturalizaron esas cuestiones, no solo acá en River y con el hincha de Boca, sino en todos los estadios. Eso de ver quién tiene la hinchada más grande y quiénes son los más machos pasa en todo el fútbol argentino lamentablemente. Hacete la idea que nosotros en los ‘50 o ‘60 veníamos de traje o camisa a la cancha; todo el público. Eso cambió totalmente, como la sociedad y los valores.
Con otras palabras, pero apuntando hacia un mismo hecho, estos socios vitalicios de River reconocen tejidos sociales disímiles y complejos en los públicos que asisten al estadio de Núñez. En este sentido, podría establecerse que tanto los que aguantan como aquellos que no, mantienen un vínculo claramente subjetivo con el club. Por su parte, Alabarces afirma que:
No hay inadaptados, salvajes, irracionales, animales. No hay excepcionalidades, ni fenómenos arbitrarios o azarosos. Sino que todo pertenece a una lógica minuciosa, compleja, absolutamente reconocible y entendible que se llama “cultura futbolística argentina”, dentro de la cual la violencia es la norma, no la excepción. La violencia es la pauta que estructura toda la cultura futbolística argentina. (Alabarces, 2011)
Sin embargo, y a partir del testimonio de los entrevistados, se evidencia que esta cultura propuesta por el autor es sesgada, pretenciosa (en términos de homogeneización) y monolítica, donde no existe lugar para las subjetividades, reduciéndose a una gran masa que produce y reproduce una lógica de algunos, sin preguntarse o cuestionarse si están dispuestos a aguantar. Es aquí donde una de las dimensiones fundamentales del habitus significa un aporte a la cuestión: su relación con las clases sociales y la reproducción social. Si el habitus es adquirido en una serie de condiciones materiales y sociales, y si estas varían en función de la posición en el espacio social, se puede hablar de “habitus de clase”. Es decir, habría una serie de esquemas generadores de prácticas comunes a todos los individuos biológicos que son producto de las mismas condiciones objetivas (Bourdieu, 1980).
Estos sujetos que aguantan y hacen, a partir de su lógica, un uso y ejercicio legítimo de la violencia podría ser entendida como una realidad objetiva. En contrapartida, también existe una realidad subjetiva, que es aquella apreciación que realizan los diversos sujetos de la misma (Berger y Luckmann, 1966). Es decir, la sociedad es vivencialmente experimentada por el sujeto. Del mismo modo, los hinchas de River (en este caso) construyen diversas realidades subjetivas en términos identitarios. Es decir, dar cuenta realidades objetivas y subjetivas (Berger y Luckmann, 1966), donde la cultura del aguante no se constituye automáticamente y “gobierna” el comportamiento de los hinchas, sino que es posible hallar otras conductas socio-culturales y modos de expresión en los sujetos.
Establecer que la ética del aguante opera con tal éxito o eficiencia, como también internalizada genéricamente, implicaría sobreestimarla, a la vez que subestimar las configuraciones identitarias subjetivas vinculadas al fútbol.

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